DOMINGO V DE CUARESMA - B
OH DIOS, CREA EN MÍ UN
CORAZON PURO
Por
Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Yahveh, que siempre es fiel y leal y que nunca se cansa de ser el Dios
del pueblo elegido: “Yo seré su Dios y ellos
serán mi pueblo”, por la
infidelidad reiterada de Israel, también llega a decir con sinceridad: “Ellos, aunque yo era su
Señor, quebrantaron mi alianza”.
Esta situación de pecado por parte de Israel, queda expresada en el salmo 50, que hace propios los sentimientos del salmista, que lo ora y canta con fervor y verdadero compungimiento
pidiendo el perdón de Dios, después de haber reconocido sus gravísimos pecados,
y, quizá, por delitos de sangre. Estamos ante el salmo penitencial por
excelencia. Tiene forma de lamentación
privada y es de los tiempos del
posexílio. Oración de honda fe y de
profundo sentido espiritual y religioso.
Misericordia, Dios mío,
por tu bondad;
por tu inmensa compasión
borra mi pecado,
lava del todo mi delito;
limpia mi pecado.
Y,
teniendo en cuenta la voz ya alzada, del profeta, anunciando una Alianza Nueva,
inscrita, no sobre tablas de piedra como la que hizo Yahveh al pie del monte
Sinaí, sino en el corazón, en el
interior de las personas, el salmista prosigue:
Oh Dios, crea en mí un
corazón puro,
renuévame por dentro con
espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu
rostro,
no me quites tu santo
espíritu.
Son
deseos de paz interior, fruto de un
espíritu renovado, los que ansía y espera alcanzar el israelita penitente, de la
infinita bondad y misericordia de Yahveh, con el fin de darlos a conocer y que
otros puedan convertirse, desde un reconocimiento interior humilde, confiado y
sincero, el único que es agradable a Dios y, el que siempre acoge con amor:
Devuélveme la alegría de
tu salvación,
afiánzame con espíritu
generoso.
Enseñaré a los malvados
tus caminos,
los pecadores volverán a
ti.
Los sacrificios no te
satisfacen,
si te ofreciera un
holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un
espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y
humillado tú no lo desprecias.
Este salmo, tan conocido y rezado,
nos puede enseñar a valorar debidamente el sacramento de la penitencia,
que tiene la virtud de reconciliarnos
con Dios, en Cristo Jesús, de transformarnos: “SI EL GRANO DE TRIGO NO
CAE EN TIERRA Y MUERE, QUEDA INFECUNDO; PERO SI MUERE, DA MUCHO FRUTO”; y, de abrirnos a una comunión de amor con
Él, si nos acercamos a recibirlo con
plena confianza y sinceridad de corazón.
Siempre que hay humilde reconocimiento de la culpa, el
Señor nos libera de todas las angustias y nos renueva interiormente, haciendo
de nosotros “criaturas nuevas”, aptas
para el Reino, al aplicarnos la fuerza
de la salvación que emana de La Alianza Nueva , sellada con su sangre, derramada
por nosotros en La Cruz ,
para el perdón de los pecados.
Alianza, que nos ayudará a vivir como Él
vivió, en muerte y resurrección, en camino de salvación eterna. Y, Alianza Eterna,
que renovamos continuamente en La
Eucaristía , pascua perenne, en la que se nos entrega Cristo
Jesús como sacramento de amor y de reconciliación.
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