sábado, 17 de marzo de 2018

Domingo V de Cuaresma- B



DOMINGO V DE CUARESMA - B


OH DIOS, CREA EN MÍ UN CORAZON PURO

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
            

                    Yahveh, que siempre es fiel y leal y que nunca se cansa de ser el Dios del pueblo elegido: “Yo seré su Dios y ellos  serán  mi pueblo”, por la infidelidad reiterada de Israel, también llega a decir  con sinceridad: “Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza”.

                     Esta situación de pecado por parte de Israel, queda  expresada en el salmo 50, que hace  propios los sentimientos del salmista,  que lo ora y canta  con fervor y verdadero compungimiento pidiendo el perdón de Dios, después de haber reconocido sus gravísimos pecados, y, quizá, por delitos de sangre. Estamos ante el salmo penitencial por excelencia. Tiene  forma de lamentación privada y es de los  tiempos del posexílio. Oración de honda fe y de  profundo sentido espiritual y religioso.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi pecado,
lava del todo mi delito;
limpia mi pecado.

               Y, teniendo en cuenta la voz ya alzada, del profeta, anunciando una Alianza Nueva, inscrita, no sobre tablas de piedra como la que hizo Yahveh al pie del monte Sinaí, sino en  el corazón, en el interior de las personas, el salmista prosigue:
  
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

                    Son deseos de  paz interior, fruto de un espíritu renovado, los que ansía y espera alcanzar el israelita penitente, de la infinita bondad y misericordia de Yahveh, con el fin de darlos a conocer y que otros puedan convertirse, desde un reconocimiento interior humilde, confiado y sincero, el único que es agradable a Dios y, el que siempre acoge con amor: 

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Los sacrificios no te satisfacen,
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.

                  
                    Este salmo, tan conocido y rezado,  nos puede enseñar a valorar debidamente el sacramento de la penitencia, que tiene la virtud de reconciliarnos  con Dios, en Cristo Jesús, de transformarnos: “SI EL GRANO DE TRIGO NO CAE EN TIERRA Y MUERE, QUEDA INFECUNDO; PERO SI MUERE, DA MUCHO FRUTO”;  y, de abrirnos a una comunión de amor con Él,  si nos acercamos a recibirlo con plena confianza  y sinceridad de corazón.

                    Siempre que  hay humilde reconocimiento de la culpa, el Señor nos libera de todas las angustias y nos renueva interiormente, haciendo de nosotros  “criaturas nuevas”, aptas para el Reino, al aplicarnos la  fuerza de la salvación que emana de La Alianza Nueva, sellada con su sangre, derramada por nosotros en La Cruz, para el perdón de los pecados.


                     Alianza, que nos ayudará a vivir como Él vivió, en muerte y resurrección, en camino de salvación eterna. Y, Alianza Eterna, que renovamos continuamente en La Eucaristía, pascua perenne, en la que se nos entrega Cristo Jesús como sacramento de amor y de reconciliación. 

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