sábado, 10 de marzo de 2018

Domingo IV de Cuaresma




DOMINGO  IV  DE  CUARESMA  -  B



QUE  SE  ME  PEGUE  LA  LENGUA  AL  PALADAR
SI  NO  ME  ACUERDO  DE  TI

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Recordar a Jerusalén, no olvidarse de ella, es el deseo de todo israelita que quiere la salvación que viene de Yahveh, su Dios, al  que siempre ansía serle fiel correspondiendo a su amor.

                    Así lo relata el salmo 136, canto hermoso a Sión,  que entonaban los israelitas  a la vuelta del destierro de Babilonia, ocasionado por la ruptura con Yahveh, al haber sido infieles a su alianza, alejándose, así, de su  amor  y  vendiéndose a otros dioses más fáciles y cómodos

                    Pero el amor de Dios, siempre es más fuerte que el pecado; capaz de olvidar toda  ingratitud y desamor y restablecer nuevas relaciones. Es lo que hizo, Yahveh, valiéndose de Ciro rey de Persia, al permitir, éste, que  los israelitas volvieran a su patria, Jerusalén, para  reconstruir la nación.
         
                    Desde Jerusalén, ya en la paz y serenidad, los  ancianos israelitas, recuerdan con tristeza los episodios vividos en el exílio y los cantan, para que nunca caigan en el olvido, a modo de lamentación comunitaria, muy bellamente expresada:

Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.

Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar,
                                             nuestros opresores, a divertirlos:
“Cantadnos un cantar de Sión”.

                    Pero era del todo imposible alabar a Sión en tierra extranjera y pagana; en humillación y duelo; es decir, sin música, pues ya se habían desprendido de las cítaras. Y, sobre todo, porque los cantos de Sión, cantos de fe, de fidelidad y adhesión a Yahveh, solo se pueden cantar como  alabanzas litúrgicas en Jerusalén y en su Templo, el lugar más querido para todo israelita y signo clarísimo de la presencia de Dios en Israel:

¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
Que se me paralice la mano derecha.

Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.

                    Bonita manera de expresar Israel  su  fe a Yahveh y su añoranza y amor a Sión, la ciudad de todos amada;  y de manifestar, también, sus deseos de vivir en ella siempre, y hacerla cada vez más esplendorosa.

                    Y, también este relato, este canto a Sión, ha de ser  ejemplo de fidelidad y amor para todos los creyentes, y de él debemos aprender con humildad y agradecimiento.
                   
                    Sión está  representada en La Iglesia, LA  NUEVA  JERUSALÉN, la que debemos amar entrañablemente por ser La Madre de todos los hijos de Dios; en la que debemos trabajar hasta acabar de reconstruirla y renovarla; hasta lograr que cada vez más, pueda manifestársenos más perfecta y gloriosa, como  Ciudad Eterna, La Nueva Jerusalén del Cielo, la definitiva y última morada de todos los vivientes.
    
                    Realidad sublime,   que solo  lograremos desde una sincera y personal conversión: “EL QUE REALIZA LA VERDAD SE ACERCA A LA LUZ, PARA QUE SE VEA QUE SUS OBRAS ESTÁN  HECHAS  SEGÚN  DIOS”

                    Luz, que renovará nuestro espíritu, y  nos ayudará a vivir según Cristo Jesús, en muerte y resurrección, en  respuesta de amor a la nueva y eterna alianza.

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