viernes, 2 de marzo de 2018

Domingo III de Cuaresma- B



DOMINGO III DE CUARESMA - B

SEÑOR, TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA

Por Mª Adelina Climent  O.P.


                    Ante el Dios de La Alianza, siempre fiel y leal, meditamos el salmo 18, que nos define la ley y nos dice cómo hay que cumplirla  en respuesta a Yahveh, el que, llevado de su amor, ha liberado a su pueblo de la esclavitud en que vivía. Es el Dios bueno, el que siempre cumple y ama; el que, en toda ocasión, nos habla,  nos escucha y nos conoce.

                    El salmo 18, es un poema que nos habla hermosamente de la gloria de Dios y,  muy apropiado, para conectar el espíritu con la divinidad anhelada. Es de los tiempos posteriores al exílio y contiene sentencias sapienzales. Sus primeros versos son un canto al Dios creador, al Dios, que, con su palabra ha hecho todo el universo. Y, los versos que hoy comentamos, junto con las otras lecturas bíblicas, son un reconocimiento al Dios legislador, al Dios, que, con su palabra, incrusta en los corazones humanos la ley divina, la única que da sentido y vida a las personas y a las cosas, la que es capaz de crear verdadera felicidad.

                    El israelita, celebra y canta LAS EXCELENCIAS DE LA LEY DIVINA, porque la considera como el don más supremo de Yahveh a Israel, su pueblo, ya que, a ninguna otra nación se ha dignado conceder:


La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos

La voluntad del Señor es pura
y enteramente estable;
los mandamientos  del Señor son verdaderos
y enteramente justos.

Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panel que destila.

                    Es tanta la grandeza, la fuerza y el contenido de LA PALABRA DE DIOS, expresión de su ser y obrar, que, el israelita la designa con diferentes términos, al mismo tiempo que describe y canta sus valiosos beneficios.

                    Y, Yahveh, explicita su ley, los mandatos de su corazón, en el Decálogo, con el que renueva su alianza y su compromiso de amor a Israel.  Sus preceptos, más que exigencias son ayudas, palabras de sabiduría, que nos estimulan a ser fieles a su voluntad, a vivir de la manera que más le agrada, y a corresponderle con el cariño que Él se merece. Al mismo tiempo, nos hacen caer en la cuenta de los derechos de los demás, es decir, nos enseñan a practicar la justicia con nuestros semejantes, cosa que, a Dios tanto le agrada. Normas, todas ellas, que engendran felicidad y gozo.   
 
                    Acoger esta Palabra de Dios, nos hace penetrar en la persona de Jesucristo, Palabra encarnada del Padre, que se hizo norma de vida para todos, y, en especial, para sus seguidores, en la nueva y definitiva Alianza, abierta y sellada con su sangre derramada en La Cruz, por nuestro amor y en obediencia al Padre, y, con su Resurrección Gloriosa. Ya, antes, nos había dicho: “NO HE VENIDO A ABOLIR LA LEY, SINO A DARLE CUMPLIMIENTO Y PLENITUD”, enseñándonos con ello que, la plenitud de la ley, consiste en el amor a Dios y al prójimo. Objetivos, los dos, de su entrega salvadora.

                    En Jesús, y en cumplimiento de su alianza, se nos exige, también a nosotros, ser norma de vida y ejemplaridad para los demás, cumpliendo los mandatos divinos que son espíritu y vida, ya que, solo así, podremos mostrar que Dios es el Padre de toda la humanidad y que, todos nosotros, somos hijos suyos en Jesús, llamados a vivir como tales, es decir, haciendo su voluntad con amor y cumpliendo su justicia, que requiere la igualdad de todos para que desaparezca la pobreza y pueda ser realidad el mundo de seguridad y de paz que tanto anhelamos.
                  
                    Se nos exige, pues, un seguimiento de Jesús auténtico y confiado, ya que, solo Él, TIENE PALABRAS DE VIDA ETERNA.

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