viernes, 23 de marzo de 2018

Domingo de Ramos



DOMINGO DE RAMOS

DIOS MÍO, DIOS MÍO,     ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P


                    Cristo Jesús, da cumplimiento a los cánticos  del “Siervo de Yahveh”; personaje que asume el sufrimiento de toda la creación desde una profunda confianza en Dios, del que se siente ayudado y confortado, con el fin de poder  consolar a otros, de “saber decir al abatido una palabra de aliento”.

                    DESDE LA CRUZ, JESÚS, CON LOS BRAZOS ABIERTOS, acogiendo con amor el dolor y el sufrimiento de todos los hombres, clama confiadamente al Padre: “DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”. Oración profunda y redentora, que hace brotar salvación y vida para toda la humanidad. Oración que, Jesús, toma y hace suya,  del salmo 21.

                    Estamos, ante un salmo en forma de lamentación individual, de la época del posexílio. Es un poema  de enorme valor expresivo y realista,  que sabe describir  el dolor atroz y violento de un justo gravemente enfermo y abandonado, al que, continuamente hacen objeto de vejaciones y  despojamientos,  hasta llegar a poner en cuestión su propia fe:

Al verme se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
“Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere”.

                    Para expresar la intensidad de su dolor, el orante lo describe con imágenes aterradoras e inhumanas, parecidas a las que vivirá también Jesús en su pasión y muerte:

Me  acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores,
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.
Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica..

                    Pero, si grande es el  sufrimiento del israelita, infinitamente mayor es la confianza que tiene puesta en Yahveh;  confianza que le lleva a decirse con  seguridad: si  recibo constantemente su ayuda y protección en la enfermedad ¿cómo no esperar, de su gran compasión,  me cure completamente de las dolencias que sufro?

Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía,  ven corriendo a ayudarme.

                    Una vez conseguido el favor de Dios, el espíritu del orante se derrama en sentimientos de acción de gracias y en deseos de que, sus hermanos, los fieles  creyentes, y todo Israel, puedan participar de su alegría y expresarla religiosamente en alabanzas a Yahveh:

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo,
linaje de Jacob, glorificadlo,
temedlo, linaje de Israel.
                      
               
                    Cristo Jesús, que hizo suyo el sufrimiento del “Siervo de Yahveh” y asumió el del justo, enfermo y abandonado, del salmo, sigue sufriendo en nuestra historia, con el fin de desvelar el misterio del mal, que encierra a Dios, al hombre y al mundo. Misterio, que, en tantas ocasiones hace  exclamar: ¿por qué esto, Señor, por qué tanto sufrimiento inocente?

                    Pero Dios, en su Hijo, Cristo Jesús, asume todo el sufrimiento de la humanidad y lo va transformando en amor, bendición y perdón; realidades todas ellas más fuertes que el mal y el pecado

                    Y, los cristianos, los que seguimos a Cristo Jesús, y que, estos días le acompañamos, con gratitud, en su canino hasta La Cruz, debemos asumir, como Él asumió, todo el dolor que comporta nuestro destino y  enfermedad, y vivirlo desde la fe y la esperanza.

                     Además, también debemos lograr, eliminar el dolor que provoca el mismo hombre con su egoísmo y desamor, que son causa de guerras, pobreza extrema, injusticias, y abandono... Realidades, todas ellas, que solo  conseguiremos afrontar, si nos unimos a Cristo Jesús, y como Él, tenemos los brazos abierto para acoger, amar y consolar... Así, LA LUZ RESUCITADORA DE CRISTO JESÚS, con su fuerza y energía, lo irá transformando todo en Vida  y  Gloria  Plena.

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