sábado, 10 de febrero de 2018

Domingo VI del T.O.-B


DOMINGO VI DEL T. ORDINARIO - B

TÚ ERES MI REFUGIO,
 ME RODEAS DE CANTOS DE LIBERACIÓN

Sor Mª Adelina Climent Cortés  O. P.


                    El que puede decir a Dios “Tú eres mi refugio” y en sus brazos se siente seguro, amado y rodeado de “cantos de liberación”... El que se experimenta acogido de esta manera y salvado de sus angustias, necesariamente tiene deseos de entonar un canto de gratitud al  Dios, que ha sido tan misericordioso con él.

                    Así lo hace el cantor israelita que ora el salmo 31, atribuido a David. Es un himno de acción de gracias y de oración confiada a Yahveh, que sana y libera al que le invoca con sinceridad. Pertenece a la época del exílio y contiene sentimientos y expresiones sapienzales.

                    Al cantar este poema, como salmo responsorial en la eucaristía dominical, hemos de sentirnos movidos a tomar conciencia  del AMOR MISERICORDIOSO DE NUESTRO PADRE DIOS, MANIFESTADO EN CRISTO  JESÚS, salvador nuestro, y, despertar, en nosotros, un sincero agradecimiento hacia Él:

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el señor
no le apunta el delito.

                    El orante salmista, que se encontraba enfermo y muy preocupado a causa de sus pecados, ahora se siente dichoso y bienaventurado, por el perdón recibido de Dios. Un perdón, además, tan generoso, tan grande y tan lleno de misericordia, que es capaz de hacer desaparecer la culpa de manera absoluta, ya que, al no apuntar Dios el pecado, queda completamente olvidado y, como si nunca se hubiese cometido.

                    De nuevo, sigue el israelita cantando su experiencia y señalando las razones que la han hecho tan  liberadora:

Había pecado, lo reconocí
no te encubrí mi delito,
propuse: “confesaré al Señor mi culpa”,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
          
                    Sabe el orante, que el reconocimiento de su pecado, junto con la valentía de confesarlo con humildad a Yahveh, ha sido definitivo para conseguir su perdón, no sólo por el hecho de confesarlo y encontrar la liberación psicológica de la culpa, sino, porque, al hacerlo, ha actuado Su Gracia y Misericordia, inclinada siempre a liberar y salvar al que, en toda ocasión, le busca y confía en Él.

                    Más, después de contar su experiencia de perdón, el salmista pronuncia una exhortación invitando a la asamblea a alegrarse con el Señor, capaz de sanar el cuerpo y el espíritu de los que se sienten afligidos y quieren ser liberados.

Alegraos, justos, con el Señor,
aclamadlo, los de corazón sincero.

                    Mas, la misericordia de Dios y su perdón, se manifiestan de manera plena y nueva en su hijo Cristo Jesús, al iniciar su misión salvadora que abre y pone en marcha el Reino. Así, vemos en el Evangelio, cómo Jesús consuela a los pobres y afligidos, a los marginados de su tiempo: los leprosos, también considerados pecadores, (los que, en nuestra cultura, podrían ser  los enfermos contagiosos y los que sufren la drogadicción, por ser los marginados y abandonados de nuestra sociedad):

                     “Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: -SI QUIERES PUEDES LIMPIARME. Sintiendo lástima, extendió la mano y  lo tocó diciendo: - QUIERO: QUEDA LIMPIO.”

                     Es más, Jesús, acogiendo a los pecadores para llenar sus espíritus de luz y de verdad evangélica, consigue salvar al hombre en su integridad, hasta transformarlo en una criatura nueva, en auténtico hijo de Dios.

                    Verdaderamente, todos los creyentes, todos los que intentamos buscar a Jesús y vivir en su seguimiento, podemos y debemos estar agradecidos a su Salvación, tan necesitados  siempre de ella, y, con el salmista, rezar y cantar con júbilo y felicidad:

Tú, Señor, eres mi refugio;

me rodeas de cantos de liberación.

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