DOMINGO III DE PASCUA - A
ENSÉÑANOS, SEÑOR, EL SENDERO DE LA VIDA
Por M. Adelina Climent Cortés
O.P.
LA PASCUA DE JESÚS, su
dinamismo y presencia entre nosotros, es la realidad más grande y sublime que
envuelve lo creado y hace que tome
un nuevo aspecto vital, el propio de la
vida del Reino de Dios, hacia cuya plenitud caminamos todos los humanos.
Este camino es, CRISTO
JESÚS VIVO ENTRE NOSOTROS, conduciéndonos al Padre. Él, como hizo con los
discípulos de Emaús, se transforma en amigo asiduo y fiel, que nos acompaña
mientras nos va explicando su Verdad, el sentido de su Palabra, y nos da a
conocer su Vida. Es decir, Jesús se nos presenta como CAMINO, VERDAD Y VIDA,
como, al que hay que reconocer, seguir e imitar:
- “¿No ardía nuestro
corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?”
Y, este caminar de Jesús
con los hombres, es realidad plena, de lo que siempre ha hacho Dios con los
hombres, a través de su historia de salvación, como lo atestigua Israel, de su
Dios Yahveh, que siempre estaba
dispuesto a ir con su pueblo, con el fin de enseñarle a ser fiel y leal
a La Alianza pactada por ambos.
A este Dios, que siempre
está con nosotros y que, en todo momento nos protege y ama, le alabamos
cantando el salmo 15, que es una oración confiada a Yahveh, en el que, el
israelita, encuentra entregándose a Él, los bienes espirituales y materiales
necesarios, para sentirse realizado y feliz en la vida:
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: “Tú eres mi bien”.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.
Y, el salmista, después de
alabar gozoso y feliz a su Dios Yahveh y darle gracias, le bendice, por sentir
siempre su cercanía, y, porque, existe entre ambos, una relación de amistosa y sincera intimidad, que afianza
su espíritu y da seguridad a su vida:
Bendeciré al Señor que me aconseja;
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Las delicias con la
intimidad divina, son para el salmista, como una explosión de felicidad, que va
más allá de la vida presente y que, perdurará siempre, por ser fruto de un amor
en plenitud:
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena:
porque no me entregarás a la muerte
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Verdaderamente, el amor
que une a Yahveh y al fiel israelita, es el amor que abre a la verdadera Vida,
la que no tiene fin, porque es la misma vida de Dios, y la que conduce a una comunión dichosa con Él y para
siempre:
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
Estas aspiraciones de vida
eterna y de esperanza de incorrupción, del salmista orante, que se van haciendo
realidad plena en LA RESURRECCIÓN DE CRISTO JESÚS, son las propias de todos los
cristianos, que, ya vivimos, en clave de inmortalidad, por el dinamismo de su
Pascua, de la que es memorial la mesa eucarística, en la que, nos alimentamos
del Pan de Vida Eterna, del cuerpo de Jesús.
Y, agradecidos por la
dicha de sentirnos eternos, y, destinados con Jesús a la comunión con Dios,
hemos de proclamarlo con entusiasmo y a plena voz, de manera que, todos los
hombres, puedan descubrir el camino de La Vida y de La Bendición, que es el
camino del Señor Jesús, que nos conduce al Padre, plenitud de La Verdad y de La
Vida sin fin