viernes, 27 de enero de 2017

Domingo IV del T. O.- A


DOMINGO IV DEL T. ORDINARIO - A


DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPIRITU,
PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS

Por M. Adelina Climent Cortés O. P.

                    La gran promesa de Dios, su don más valioso a la humanidad es su Salvación. Y, esta Buena Nueva de Dios a todos los hombres, que es su reinado entre nosotros y su deseo de establecer una íntima comunión con todas sus criaturas, requiere ser acogida con sumo gozo,  y con los deseos sinceros y humildes de una fe honda, pobre, confiada, sencilla, siempre en constante búsqueda de superación personal y de ansias de infinito, como bien lo anuncia el profeta Sofonías en la 1ª  lectura de La Misa.

                    Y, porque Dios siempre está a favor de los más pobres y humildes, porque son sus preferidos y con ellos se encuentra a gusto y feliz, le alabamos cantando el salmo 145, pidiéndole que, esta manera de obrar y actuar suya, tan sublime, por ser reflejo de su bondad salvadora, sea también la nuestra.

                    Con los más pobres y humildes, con los que más sufren, es con los que mejor Dios puede actuar según su esencia divina, que sólo aspira a llenar de su vida y gracia aquello que, estando vacío, ansía  llenarse de nuevo para una plenitud mayor. Y, porque también Dios tiene entrañas de misericordia, siente necesidad de ejercitar su amor con los más menesterosos, liberándoles de toda opresión, saciando toda necesidad y comunicándoles alegría y gozo:

El Señor hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.

                    Más, porque la salvación de Dios es también  curativa: sana y conforta a los que sufren en su cuerpo;  a la vez que, ama sin medida, a los que han hecho de su vida una búsqueda incansable de la justicia en el cumplimiento fiel de la ley, y consuela a los que, no poseyendo cosa alguna, solo aspiran a buscar su cercanía y gozar de su bondad:

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos.

                     También, Dios, tiene en cuenta la parte social, asistiendo y protegiendo a los  más desfavorecidos, a los que  no pueden hacer valer su voz públicamente, ni defender sus derechos. Pero, en cambio, ignora completamente a los que, obrando sin conciencia ni temor, se aprovechan  de los más pobres. Y, si, el Reinado de Dios es justo y providente,  también ha de ser eterno, para que su misericordia y compasión, llegue a todos sus fieles, y su bondad pueda ser reconocida por todas las generaciones:

El Señor sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

                    Esta manera de comportarse Dios con los más desvalidos y necesitados, que describe  Sofonías y el salmo, la  corrobora Jesús en el sermón del monte, cuando habla a sus oyentes de las BIENAVENTURANZAS DEL REINO.

                    Pero, Jesús, pone de relieve que,  la felicidad y la dicha prometida por Dios a los más pobres y humildes, aunque  en la vida presente ya se pueda pregustar, como anticipo y  fruto de la esperanza que poseemos, solo gozaremos de ella, de manera plena y completa, en el más allá, en el Reino de los Cielos, prometido para los que tienen un corazón sencillo, pobre, humilde y limpio y para los que, sin tenerlo, se esfuerzan por conseguirlo.

                    Y, siguiendo a Jesús, manso y humilde de corazón, es como aprenderemos a tener una actitud  pobre y confiada en la misericordia de Dios Padre. Pues, Jesús, con su ejemplo  nos enseñó, que  hacía propia la causa de los más pobres y desheredados, de tal manera que, con su manera de ser y  actuar llegó a  molestar tanto a los más ricos y poderosos, que le condenaron a muerte de Cruz.


                    Por eso, seguir a Jesús, requiere una conversión y un esfuerzo constante,  que  ha de llevarnos  a vivir pobremente, a querer relacionarnos con los más humildes y desvalidos hasta defender sus derechos... Será entonces cuando, la salvación de Dios irrumpirá en nuestra historia, haciendo reinar la justicia y la paz en nuestro mundo, como anticipo del cielo nuevo y la tierra nueva que todos anhelamos. 

martes, 24 de enero de 2017

Conversión de S. Pablo- Fiesta


FIESTA DE LA CONVERSIÓN DE S. PABLO 

ID AL MUNDO ENTERO Y PROCLAMAD EL EVANGELIO


Por Mª Adelina Climent Cortés  O. P:


                    Es el Evangelio de la bondad y de la misericordia de Dios, en su Hijo Jesucristo, el que hay que dar a conocer a  los vivientes del orbe entero; porque, a este  Dios, soberano y creador de cuanto existe, todo el universo ha de alabarle y bendecirle, por su gran fidelidad, lealtad, y sabiduría, para con nosotros
                    
                    Y, puesto que, para todas sus criaturas, el amor y la misericordia de Dios es gozo, alegría y plenitud de vida, le celebramos, como al único Señor de La Historia, alabando su gloriosa y divina  majestad, en esta eucaristía de LA FIESTA DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO, cantando el salmo 116, un hermoso himno, de alabanza y bendición, perteneciente a la época final del exilio, cuando Israel logró descubrir lo mucho que había sido amado y protegido por Yahveh, su Dios, como pueblo escogido por Él como heredad, durante el tiempo que ha durado su historia, y, a pesar de haber sido infiel a La Alianza establecida entre ambos..

                    También, después del sufrimiento del exilio en Babilonia, Israel intuye mejor, que, si Dios ha sido paciente, generoso y fiel, para con él, pueblo ingrato y pecador, salvándole en toda ocasión y peligro, es porque, de la misma manera, pueden  beneficiarse de su infinita misericordia, los pueblos paganos y todo el universo, pues, su voluntad es, QUE TODOS LOS PUEBLOS SE SALVEN Y LLEGUEN AL PLENO CONOCIMIENTO DE LA VERDAD

                    Así lo expresa el invitatorio, la parte primera del salmo:
    
Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos

                    Porque, el Dios de Israel, Yahveh, siendo como es, no puede obrar de otra manera, como bien lo  expresa el verso del cuerpo del salmo:

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre ¡ALELUYA!

                    Para nosotros, es Cristo Jesús, la misericordia entrañable del Padre; el Verbo encarnado en las entrañas purísimas de María Santísima, para nuestra redención y salvación; el que ha de instaurar el Reinado de Dios en el mundo, y ser el Señor y soberano de todos los hombres y pueblos. Y, es Jesús de Nazaret, el que, provocando el encuentro con Pablo, su enemigo y perseguidor, lo convierte en su fiel testigo ante todos los hombres; elegido APÓSTOL DE LOS GENTILES, para propagar su evangelio a todas las naciones, haciendo brotar en el mundo la paz, la justicia y el amor.

                    Desde este maravilloso evento, la vida, para Pablo, será CRISTO JESÚS, y su gran quehacer predicar el Evangelio: “VIVO EN LA FE DEL HIJO DE DIOS, QUE, ME AMÓ HASTA ENTREGARSE POR MÍ”, porque, pudo confesar, a la vez, que toda su fuerza, procedía de la gracia de Dios que actuaba en él.

                    Y, si,  Cristo Jesús, se apareció a los once discípulos y les dijo: “ID AL MUNDO ENTERO Y PROCLAMAD EL EVANGELIO A TODA LA CREACIÓN”, también a nosotros, a todos los cristianos, no cesa de llamarnos a su seguimiento, para ser testigos valientes de la fe que profesamos, pues nos ha elegido del mundo, para que demos fruto y nuestro fruto permanezca.


                    Por tanto, nuestra gratitud a Dios, que, en Cristo Jesús, nos ha elegido para ser sus hijos, ha de ser, la de aclamarle y bendecirle en todo momento, haciendo que, también, otras personas se unan a esta gozosa oración de alabanza, y redunde en  su mayor honor y gloria. Amén.

sábado, 21 de enero de 2017

Domingo III del T- Ordinario- A


DOMINGO III DEL T. ORDINARIO - A



EL SEÑOR ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN

Por M. Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Ante las promesas de Dios anunciando su Salvación, surge en nosotros una alegre esperanza, que nos llena de paz y confianza, que despierta nuestros deseos de conversión en la búsqueda constante  de su rostro, y que, nos fortalece y alienta, en la tarea dificultosa y cotidiana  de construir y dar testimonio del Reino.

                    Nuestra respuesta sincera y agradecida a la actitud creadora y salvadora de Dios, la damos cantando y contemplando el salmo 26. Estamos ante un salmo real, que se cantaba en las celebraciones de entronización y que transmitía confianza y esperanza en Yahveh, desde la luz de una fe honda, como la que demuestra tener el salmista, ya que, formula su oración, no para cubrir sus necesidades materiales, sino para cantar, alabar y bendecir a Dios por su salvación, por su inmensa bondad con las criaturas humanas y, sobre todo, con sus fieles, los que siempre creen y confían en su misericordia:

El Señor es mi luz y mi salvación;
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida:
¿quién me hará temblar?

                 Seguidamente, el orante, va a explicitar el gran deseo que lleva en su corazón, y que no es otro, que, querer estar siempre junto a su Señor, Yahveh, gozando de su bondad y  presencia, sintiendo el calor de su cercanía, experimentando su ternura, y contemplando la claridad de su luz, que envuelve de gloria el templo donde habita:

Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por todos los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor
contemplando su templo.

                 Y, en un arrebato de gozo, el orante, expresa la esperanza que le guía y que llena de paz y de alegría todo su ser, a la vez que, también es expresión de una renovada confianza: poder vivir largamente, para alabar y bendecir en todo momento a su Dios, Yahveh; lo que ya no pueden  hacer los que descansan en el sehol: 
   
Espero gozar de la dicha del Señor,
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.

                Pero, aún sin saberlo, lo que ya deseaba el salmista, es la dicha que la esperanza cristiana despierta en cada uno de nosotros, la posesión en plenitud de una vida futura, eterna y gloriosa, de la que gozaremos junto a Dios, en la alabanza de su gloria.

                También los cristianos, como el yahvista, buscamos en esta vida presente el Rostro de Dios, que no es otro que el de su único Hijo encarnado, Jesús de Nazaret; y que, sólo se deja encontrar en el rostro de nuestros hermanos, en el de todos los hombres, pero de una manera más luminosa y plena en el de los más pobres, desheredado y humillados; en los más sencillos y pequeños, que, por su misma condición, son los más queridos de Dios, como bien lo demostró Jesús, que “PROCLAMABA EL EVANGELIO DEL REINO, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.

               Y, al contemplar  este rostro de Jesús en los hermanos más necesitados,  se nos desvelará el del Padre, Luz radiante e inaccesible para nosotros.

               Más, contemplar la luz de Dios es lo mismo que experimentar su salvación, su Reinado entre nosotros: “EL PUEBLO QUE CAMINABA EN TINIEBLAS VIO UNA LUZ GRANDE; habitaba tierras de sombra, y una luz les brilló”. Que esta alegría y gozo que Dios ha acrecentado en nosotros, con el anuncio de su Salvación, nos ayude a esperar confiadamente poseerla, en plenitud, en la vida futura y eterna:

                     “Espero gozar de la de la dicha del Señor en el país de la vida”

domingo, 15 de enero de 2017

Domingo II del T. O. -A


DOMINGO II  T. ORDINARIO  - A                   



                      AQUÍ ESTOY, SEÑOR, PARA HACER TU VOLUNTAD

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.

                    La Palabra de Dios, en la celebración eucarística dominical, nos muestra hoy, a Jesús, como “siervo”, como luz de las naciones, que llevará la salvación de Dios hasta los confines de la tierra, y, como  “cordero” de Dios que quita el pecado del mundo.                                                                                                                                

                    Agradecidos a esta salvación que nos llega de Dios, por Jesucristo, le ensalzamos cantando el salmo 39, un himno de acción de gracias, que anticipa lo que será la vida terrena de Jesús, su incondicional disponibilidad y su generosa entrega redentora:

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad:

                    También es la confesión que el orante israelita hace a su Dios, Yahveh; porque, estando en una situación difícil y angustiosa, y habiendo confiado y esperado en su bondad, se había dignado escucharle, acogiéndole con cariño y amor, hasta llegar a poner, Él mismo,  en su boca,  cantos de gratitud y alabanza por la salvación recibida de  sus manos compasivas:

Yo esperaba con ansia al Señor;
El se inclinó y escuchó mi grito:
me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.

                    Más, piensa el salmista, que, si Yahveh, había estado tan grande y generoso con él, del mismo modo, por su parte, tenía que corresponderle, con la ofrenda que  más  puede agradar a su Dios, que es la entrega de uno mismo a su voluntad y querer, como así consta  escrito en el libro de La Ley:

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y en cambio me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: “Aquí estoy
-como está escrito en mi libro-
para hacer tu voluntad”

                    Guardar La Ley, que todo buen israelita ha de llevar inscrita en su interior, es como amar a Yahveh por encima de todas las cosas existentes. Y no sólo eso, la gratitud del orante le lleva a querer alabar y pregonar incansablemente su salvación ante los demás fieles, para que, también ellos,  puedan conocer y experimentar la fidelidad y lealtad del Señor:

Dios mío, lo quiero
y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios,
Señor, tú lo sabes.

                    Y, esta actitud de donación y agradecimiento del salmista, pero de manera más sublime, eminente y plena, es la misma que adoptó Jesús de Nazaret, nuestro Mesias y Salvador, cuando entró en el mundo y se hizo hombre como uno de nosotros, entregándose amorosa e incondicionalmente a la voluntad del Padre: “no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”, con lo que consiguió la redención y salvación del género humano, con el precio de su sacrificio, siendo así:

                   “EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO”  Y “EL QUE HA DE BAUTIZAR CON ESPÍRITU SANTO”, destinado por el Padre, desde la eternidad, a “SER LUZ Y SALVACIÓN DE TODOS LOS PUEBLOS”.

                    Y, el ejemplo de Cristo Jesús, en su entrega amorosa al Padre, ha de movernos a nosotros, los cristianos,  los que queremos vivir en su seguimiento, a imitar su generosidad, ofreciendo lo mejor que tenemos de nosotros mismos, que es nuestra propia vida, al servicio de los intereses del Reino.

                    Pero, no de cualquier manera, sino viviéndola en justicia y verdad, es decir con honradez, que equivale decir, no para nuestro propio provecho, sino para el interés de los demás: creando en el mundo la auténtica fraternidad, y  alabando constantemente a Dios, del que nos viene la salvación, pues ya desde ahora quiere que, como hijos suyos, nos podamos sentir dichosos, esperando nuestra plenitud en la gloria de la vida eterna. 

sábado, 7 de enero de 2017

Bautismo del Señor- A


FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – A



EL SEÑOR BENDICE A SU PUEBLO CON LA PAZ

Por M. Adelina Climent Cortés  O.P.

              
                    Dios con su poder y su gloria crea el universo, con la sabiduría de su Palabra hace que los elementos de la creación cumplan su voluntad, y, con la grandeza de su señorío nos bendice con su paz.

                    El salmo 28, de David, es un himno de origen primitivo, que canta el poder y la majestad de Dios en la creación. Con la descripción de una tormenta grandiosa  y espectacular, hace de la naturaleza una bella teofanía en la que, Yahveh, se manifiesta  dueño y Señor del universo, al que obedecen y respetan las fuerzas y las leyes que rigen el cosmos.

                    Este salmo, que es una magnífica composición en honor de Yahveh, al  manifestar su majestad y gloria, forma parte de la liturgia dominical de LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR y nos habla, como lo hace Isaías y los Hechos de los Apóstoles, del agua y su acción benéfica  al dar vida y fertilidad a todo lo creado.

                    Esta grandeza y este poder de Dios, que todo lo transforma, embellece y bendice, invita a su alabanza y glorificación. Y, dice el salmista, que así lo hacen ya, en  el cielo,  los que son llamados “hijos de Dios”, que podrían ser los Ángeles, pues, no cesan de reconocer y reverenciar su soberanía:

Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

                    Seguidamente, el poema describe, con belleza y solemnidad, una tormenta temible y maravillosa a la vez, que, como la voz del Señor, impetuosa y arrolladora,  llena la tierra de bondad y señorío, dejando su huella y destello por doquier. “Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y solo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar…así será mi palabra”:

La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica.

                    El salmista, que, asombrado, sigue contemplando las maravillas del fenómeno, que solo Yahveh, con su omnipotencia puede desencadenar, como Rey eterno desde su trono, invita, al mismo universo, a unirse en un grito jubiloso de alabanza y gloria a Dios, desde su recinto sagrado:

El Dios de la gloria ha tronado,
El Señor descorteza las selvas.
En su templo un grito unánime: ¡Gloria!
El Señor se sienta como Rey eterno.

                     Así, la creación envuelta en la gloria de  Dios, puede ofrecerla de nuevo,
en el lugar donde Él habita particularmente, en el Templo, por ser también, el lugar
donde mejor acoge nuestros ofrecimientos y nuestra alabanza, donde hace crecer nuestra fe, y desde donde nos bendice con su paz.

                    Y, de nuevo, en la plenitud de los tiempos, la voz de Dios se deja escuchar.
Esta vez en las aguas del río Jordán, donde JESÚS, ya adulto, es BAUTIZADO POR
JUAN, Aquí nos habla Dios, no de manera tan primitiva, sino para señalarnos a su Hijo,
Palabra Eterna del Padre, el Verbo encarnado, en una espléndida manifestación de JESÚS COMO MESÍAS, al inicio de su ministerio público: “Se oyó una voz del cielo: TU ERES MI AMADO, MI PREFERIDO”.

                    Más, es Jesús, en su condición de Hijo, el que, en su misión salvadora, nos
Hermana con Él y entre nosotros y nos va revelando al Padre, hasta lograr que lleguemos a ser hijos amados de Él, si de verdad vivimos en su seguimiento, realizando la voluntad de Dios, del Padre, que siempre nos bendice con su paz y nos hace vivir en la vida nueva del Reino: A Él la gloria por toda la eternidad.


                  

  

jueves, 5 de enero de 2017

Epifanía del Señor- Solemnidad- A



EPIFANÍA DEL SEÑOR

SE POSTRARÁN ANTE TI, SEÑOR,
TODOS LOS REYES DE LA TIERRA

Por M. Adelina Climent Cortés  O.P.


                    En la EPIFANÍA DEL SEÑOR, con el salmo 71,  canto al Ungido de Dios, se exalta la MANIFESTACIÓN GLORIOSA DE JESUCRISTO, Rey del universo y Salvador de todos los pueblos.

                    Pertenece este himno cristológico, al grupo de los “salmos reales” y se cantaba en la entronización del nuevo rey de Israel y en los aniversarios de estas fiestas, con el mismo estilo que lo hacían los pueblos vecinos, aunque con modificaciones notables. Pertenece a la época de la monarquía y por lo tanto es anterior al exílio, pero también tiene elementos valiosos de tiempos posteriores.

                    Se pide a Dios, conceda al Rey, su representante ante el pueblo y al que se le  considera, también, su hijo y heredero, sus mismas virtudes y sentimientos divinos, para que pueda gobernar debidamente en su nombre y con su propio estilo:

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes:
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

                   Sigue pidiendo el israelita, para el Rey, que, también, durante su reinado, haya paz y justicia y que su gobierno sea amplio y duradero:

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del gran Río al confín de la tierra.

                    Más, el orante, continúa rogando al Dios, Yahveh, que, también  ofrezcan vasallaje, tributo y riqueza, al Rey de Israel, los pueblos vecinos y conocidos, ya que, todos deben postrarse y concederle honores, por ser su gobierno justo y recto:

Que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributos;
que los reyes de Sabá y de Arabia
le ofrezcan sus dones,
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

                    Y, la asamblea, también se une al orante, para expresar sus deseos al Señor Yahveh, pidiéndole que el rey sea, además de recto, piadoso y bueno, amante de los sencillos y humildes; que viva con interés la preocupación de los más pobres y desvalidos de la sociedad y que, siempre esté cercano a los más menesterosos, los más amados de Dios; ya que, sólo, si obra así, será semejante a Él. Y, también, porque, de esta manera, conseguirá el cariño y el respeto de todo el pueblo, que ha de ver en el rey al enviado de Dios, al que llega para realizar su misma misión salvadora:

Porque él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.


                    En Jesús, el hijo de La Virgen María, se cumple de manera excelente este oráculo real, ya que, su misión salvadora, tiene como objetivo principal a los pobres y desheredados de la sociedad: los sin techo, los emigrantes y los extranjeros... Estos son la parte más escogida y amada de su Reinado, que es universal y abarca a todos los pueblos de diferentes razas, culturas y creencias.
                                                                                              
                    Y, Jesucristo, es el Mesías esperado y anunciado por los profetas a todas las naciones, porque,  todas en Él,  son partícipes de La Promesa del Dios de la Alianza:

                     “Unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:  “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? PORQUE HEMOS VISTO SALIR SU ESTRELLA y VENIMOS A ADORARLO”

                      “Vieron al Niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, LO ADORARON; después, abriendo sus cofres, LE OFRECIERON REGALOS: Oro incienso y mirra”


                     Y, por eso, hoy, celebramos solemnemente su MANIFESTACIÓN GLORIOSA como SEÑOR DE LA HISTORIA y REY DEL UNIVERSO. Jesucristo, el que, con su Luz lo ilumina todo, revelándonos, también, el amor misericordioso del Padre, nuestro Dios y Señor.