viernes, 29 de enero de 2016

Domingo IV del T.O.- C


DOMINGO IV DEL  T. ORDINARIO - C

MI BOCA ANUNCIARÁ TU SALVACIÓN


                                          Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.
                
                    La vida de todo creyente está llena de dificultades, de incomprensión y hasta de envidia y persecución; de manera que, sólo se puede vivir la fe, desde una oración constante y confiada en la misericordia de Dios, que siempre ayuda y protege a los que le son cercanos y le invocan con sinceridad.

                    Y, porque queremos crecer en la fe y en el conocimiento de Dios, para experimentar su amor y ser anunciadores y testigos del Reino, le invocamos con el salmo 70, haciendo nuestra la actitud orante del salmista.

                     El poema, escrito en la época del posexílio, es uno de los salmos de “lamentación y súplica individual” Es la oración de un anciano en peligro de muerte y acosado por sus enemigos, que, al verle en esta situación, piensan que está abandonado de las manos del Señor, Yahveh, y, hasta desesperado...  Pero, el anciano, más que nunca y con mayor fervor y confianza se vuelve a Dios, teniendo la seguridad de que, sólo Él, puede salvarle de la situación dolorosa que vive:

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú, que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame.
     
                      El orante, sigue clamando a Yahveh, como lo indican los calificativos que, con tanto  amor y fuerza le atribuye, y que, manifiestan bien, su profunda fe y grato reconocimiento:                

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú,
Dios mío, líbrame de la mano perversa.

                      Más tranquilo, y recuperado ya de sus dolencias y soledad, el anciano, quiere recordar a Yahveh, lo mucho que ha significado para él, su ayuda y protección, que, también  experimentó antes de nacer, fruto siempre de su bondad y de su amor compasivo y salvador:

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno, tú me sostenías.

                        Por fin, el  salmista, estalla en cantos de agradecimiento a Yahveh, del que, siempre contará sus maravillas:                

Mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas.


                        Esta misma situación de angustia y persecución la vivió el profeta Jeremías, cuando tuvo que anunciar que,  la salvación de Yahveh, era para Israel y todos los pueblos. Y, también  Jesús, cuando iba revelando a las gentes  su mesianidad, presentándose como el enviado de Dios en la sinagoga de Nazaret: “HOY SE CUMPLE ESTA ESCRITURA QUE ACABÄIS DE OIR”. 

                       Y, del mismo modo, nosotros, los cristianos, los que seguimos a Jesús y queremos anunciar La Buena Noticia, su palabra salvadora y evangélica, nos veremos incomprendidos, criticados y en alguna ocasión, hasta perseguidos; pero esto no debe asustarnos, sino todo lo contrario, fortalecernos más; ya que, también a nosotros nos dice Dios: “YO ESTOY CONTIGO PARA LIBRARTE”         
                       

                        Que nuestra principal misión sea, pues, anunciar con valentía y ejemplaridad la salvación de Dios en su Hijo Cristo Jesús; salvación que libera, sana y personifica; salvación que transforma y diviniza hasta hacer que, toda la creación cante las maravillas de Dios,  mientras hace visible su reinado de amor  

sábado, 23 de enero de 2016

Domingo IIII T. Ordinario -C


DOMINGO III DEL T. ORDINARIO - C

 TUS PALABRAS SON ESPÍRITU Y VIDA

                                         Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                       El mejor de los dones que nos ha concedido Dios, es el don de su PALABRA que, al llegar la plenitud de los tiempos, se hizo  SALVACIÓN  en su Hijo Cristo Jesús.  Palabra encarnada del Padre, por la que tenemos acceso a Él. Las lecturas bíblicas de La Eucaristía de hoy nos manifiestan  la fuerza y eficacia de esta palabra que es ESPÍRITU Y VIDA.
                                                                                                                                                 
                     Y, con el salmo 18, queremos cantar y proclamar la belleza y la  bondad     de esta PALABRA, manifestada como ley del Señor en  su segunda parte. Estamos ante un hermoso poema didáctico, que, con la parte anterior que canta la belleza de la creación, completa y eleva, hasta lo sumo,  la maravillosa obra salvadora  de Dios.

                      Yahveh,  el Dios de La Alianza, llevado por la grandeza de su lealtad y misericordia con  Israel, su pueblo, le dio su ley, su palabra, fruto de su inmensa  bondad y sabiduría,  para que, pudiera  conocer su voluntad y cumplirla, ya que,  le exigía a cambio, fidelidad y amor en toda su conducta.                                  

                       Después del exilio, cuando se hizo  la reconstrucción de Jerusalén y su templo, tuvo mucha importancia la lectura solemne del libro de La Ley, expresión única de la revelación divina,  porque, ayudaba al pueblo a sentirse unido y amado por Yahveh, el Dios bueno,  fiel y veraz,  que siempre y en todo lugar acoge y  protege. Por eso, el salmista la ensalza de esta manera:
   
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.

                       En el conocimiento de esta ley, los israelitas experimentaban que, la voluntad de Dios era para ellos fuente clara de luz, de dicha, y de felicidad; y que, meditarla, amarla y cumplirla, era la mayor de las delicias tenidas:

Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.

                    El salmista, agradecido, quiere complacer a Yahveh,  con las palabras y los sentimientos de su corazón, fruto todo,  de una  fe interiorizada y de una alegre y sincera alabanza:
                    
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, roca mía, redentor mío.

                   
                    Y, con sentimientos de gratitud, amor y reverencia, hemos de escuchar, nosotros también,  La Palabra de Dios, para que siempre  sea viva y eficaz y lleve a cabo lo que  desea, que es llenarnos de su amor, de su luz, de su alegría y consuelo.

                    Es La Palabra, que siempre instruye, aconseja y fortalece y con la que nos podemos dirigir a Dios. La que alimenta nuestra fe y nos transforma en hijos suyos, hasta llegar a ser perfectos como el Padre del cielo.

                    También, es La Palabra, que nos va identificando con Jesucristo, Palabra eterna y definitiva del Padre, porque en ÉL NOS LO TIENE DICHO TODO:
   
                   Y, es La Palabra evangélica, La Buena Noticia salvadora, que nos libera y nos capacita, para liberar a los que son esclavos de la pobreza y del egoísmo de los poderosos. La Palabra que nos hace testigos del Reino y nos promete la gloria y la felicidad eterna.                      
        
                    Jesús, “como era de costumbre los sábados, se puso en pie para hacer la lectura y encontró el pasaje de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí,  porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”
 
                    Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él. Y ÉL se puso a decirles: -“HOY SE CUMPLE ESTA ESCRITURA QUE ACABÁIS DE OIR”









viernes, 15 de enero de 2016

Domingo II del T. O. -C


DOMINGO II T. ORDINARIO - C

CONTAD A TODOS LOS PUEBLOS LAS MARAVILLAS DEL SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.

                     
                   Las maravillas que Dios ha realizado a través de la historia de la salvación, culminan, de manera plena y acabada, en la manifestación de su Hijo Unigénito, Jesucristo, hecho hombre, para nuestra salvación.
              
                    Estas maravillas de Dios, que siempre proceden de su  bondad y de su  misericordia para con los hombres, las proclamaba  y ensalzaba Israel en el salmo 95, uno  los salmos  que se cantaban en las entronizaciones reales. Y que, los israelitas lo retomaron con entusiasmo, para cantar y ensalzar  la gloria del Reino restaurado, después de la cautividad de Babilonia: 

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.
                  
                     Pero no sólo las maravillas que realiza Yahveh son para Israel.  Su victoria  y su salvación, también  es  para todos los pueblos, llamados a contemplar su gloria. Y, porque todos somos  amados por el Rey y Señor del universo, todos debemos alegrarnos y  proclamar sus maravillas: 

Proclamad día tras día su victoria,
contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
                
                    Israel, que en la vuelta del exilio, ha visto la victoria de Yahveh en beneficio propio y como fruto del gran amor que le tiene, se siente destinatario de su Salvación y, al mismo tiempo, comprometido en la tarea de darla a conocer a los demás pueblos, a los que  invita a cantar y a  reconocer “la gloria y el poder de Dios”

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.

                   El salmista orante, invita de nuevo a todas las naciones, a tributar a Yahveh, rodeado de gloria y majestad en su templo sagrado, una sincera adoración y  una gozosa alabanza de acción de gracias; animándoles, también, a dar  a conocer su excelsa realeza y señorío, capaz de gobernar el universo con justicia y equidad:   

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: “El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente”.

                  En los tiempos de plenitud en que vivimos, la gloria de Dios, su divinidad, se nos  ha manifestado  en Cristo Jesús, y en distintas ocasiones. Era la mejor  manera de darse    a conocer, como el Hijo de Dios y como el  Mesias esperado;  es decir, como el Salvador del mundo.

                  En  el fragmento evangélico de Jn  2,1-12, se nos presenta Jesús (el enviado del Padre, y también su gloria y esplendor) en el contexto de una EUCARISTÍA, significada en LAS BODAS DE CANÁ DE GALILEA, y como anuncio de las bodas definitivas y eternas del Cordero con La Humanidad salvada, en el BANQUETE CELESTIAL.


                  Y, en las primeras bodas, las de Caná, Cristo Jesús está significado en el ESPOSO y en el VINO NUEVO que reparte a los comensales.  Vino Nuevo que tiene el poder de crear fiesta y alegrar, de rejuvenecer y transformar todo cuanto existe. Vino, que en La Eucaristía nos purifica, nos fortalece, nos vigoriza y diviniza, y que  en la eternidad nos embriagará de luz y de gloria.  También será entonces cuando se cantará  jubilosamente el cántico nuevo del amor, por siglos sin fin.

domingo, 10 de enero de 2016

Bautismo del Señor



EL BAUTISMO DEL SEÑOR – C


BENDICE ALMA MÍA AL SEÑOR
¡DIOS MIO, QUÉ GRANDE ERES!

Por Mª Adelina Climent Cortés OP.


                    Estalla en plenitud la manifestación mesiánica y gloriosa de Jesús. Relata Lucas en su Evangelio: sucedió  que  “en un bautismo general, también Jesús se bautizó. Y, MIENTRAS ORABA, SE ABRIÓ EL CIELO, BAJÓ EL ESPÍRITU SANTO EN FORMA DE PALOMA, Y VINO UNA VOZ DEL CIELO: “TU ERES MI HIJO,  EL AMADO; EL PREDILECTO”.

                    Y, porque este domingo celebramos litúrgicamente y con alegría esta Fiesta del Bautismo de Jesús, ya adulto, en la que se nos revela su gloria y majestad, con sumo gozo le bendecimos y aclamamos, cantando el salmo responsorial 103.

                    Este salmo, es un Himno luminoso y festivo que ensalza al Señor Yahveh como Rey del Universo. Un  poema, que canta la belleza y hermosura de La Creación, tratando de descubrir al mismo tiempo, que esta obra suya, tan grandiosa y sublime, sostiene el designio amoroso y divino de su corazón, para con los hombres: la plenitud de su Gracia y La Sabiduría de su Salvación.

                    El poema, se apoya en  el relato del Génesis, capítulo1, lo que demuestra, que su composición es reciente, en torno al Exílio o al inmediato posexílio

                    Comienza el poema invitándose el salmista a alabar y bendecir al Señor Yahveh, su Dios, admirando su grandeza, las cualidades divinas  que le adornan y la luz salvadora que se desprende de todo su ser, y que llena el horizonte espacial de hermosura y claridad                           

Bendice alma mía, al Señor,
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de bellaza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

                    Desde el cielo, donde Yahveh tiene su morada, se deleita y  complace en su maravillosa obra, ejerciendo su reinado y poder como dueño y Señor de lo que existe. Toda la creación es como su palacio real, y, su Señorío Universal es único e inigualable, porque en su  soberanía lo gobierna todo con equilibrio y suavidad:  

Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
loa vientos te sirven de mensajeros
el fuego llameante, de ministro

                    Reconoce el orante, que todas las obras de Dios son magníficas, que su sabiduría no tiene límites, que sus paisajes son pura bellezas y de fuerte colorido. Y que,  además, la tierra está llena de sus criaturas a las que sustenta y da vida con su amorosa providencia:

Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes.
.
                    Y exclama: Tú solo, Señor, puedes conservarlo todo con solicitud, ya que   nunca abandonas nada y das seguridad y firmeza a cuanto existe, pues lo amas todo, y con ternura, lo cuidas y proteges. ¡Qué grande eres, Señor!

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes.

                         Todos los vivientes dependen de la bondad de Dios, de su mano abierta y generosa,  y de su aliento vivificador. Verdaderamente su ESPÍRITU REPUEBLA LA FAZ DE LA TIERRA:

Escondes tu rostro, y se retiran;
les retiras tu aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

                     Y, es el mismo ESPIRITU divino recibido del Padre, el que actúa en Jesús, Nuestro Mesías Salvador. Por lo que,  todas las lecturas litúrgicas de esta celebración realzan la manifestación de la gracia y la gloria que posee  por ser  HIJO DE DIOS:

                     Isaías lo preanuncia, anticipadamente, como un mensaje de liberación: “Consolad, consolad a mi pueblo ya que Dios nunca lo ha abandonado. No temas Jerusalén aquí está vuestro Dios que llega con poder”.

                     También, S, Pablo nos lo recuerda: “Ha aparecido  la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres. Y el Padre Eterno lo confirma cuando hace resonar su voz desde el cielo: “ESTE ES MI HIJO, EL AMADO, EL PREDILECTO”


                    De igual manera, por el Bautismo, hemos sido hechos uno con Cristo, por El, somos Hijos de Dios, Herederos de su gloria y podemos llamar a Dios Padre. Y, el ESPÍRITU que se nos comunica y viene en nuestra ayuda, nos hace miembros de La Iglesia,  nos infunde la fe, nos abre horizontes de esperanza y nos ayuda a vivir fieles en el seguimiento de Jesús, amando a los más pobres, haciendo siempre el bien a los que nos rodean y viviendo sumamente agradecidos  a nuestro Padre del Cielo.

martes, 5 de enero de 2016

Epifanía del Señor



EPIFANÍA DEL SEÑOR
                   
SE POSTRARÁN ANTE TI, SEÑOR,
TODOS LOS REYES DE LA TIERRA

Por M. Adelina Climent Cortés  O.P.


                    En la EPIFANÍA DEL SEÑOR, con el salmo 71,  canto al Ungido de Dios, se exalta la MANIFESTACIÓN GLORIOSA DE JESUCRISTO, Rey del universo y Salvador de todos los pueblos.

                    Pertenece este himno cristológico, al grupo de los “salmos reales” y se cantaba en la entronización del nuevo rey de Israel y en los aniversarios de estas fiestas, con el mismo estilo que lo hacían los pueblos vecinos, aunque con modificaciones notables. Pertenece a la época de la monarquía y por lo tanto es anterior al exílio, pero también tiene elementos valiosos de tiempos posteriores.

                    Se pide a Dios, conceda al Rey, su representante ante el pueblo y al que se le  considera, también, su hijo y heredero, sus mismas virtudes y sentimientos divinos, para que pueda gobernar debidamente en su nombre y con su propio estilo:

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes:
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

                   Sigue pidiendo el israelita, para el Rey, que, también, durante su reinado, haya paz y justicia y que su gobierno sea amplio y duradero:

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del gran Río al confín de la tierra.

                    Más, el orante, continúa rogando al Dios, Yahveh, que, también  ofrezcan vasallaje, tributo y riqueza, al Rey de Israel, los pueblos vecinos y conocidos, ya que, todos deben postrarse y concederle honores, por ser su gobierno justo y recto:

Que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributos;
que los reyes de Sabá y de Arabia
le ofrezcan sus dones,
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

                    Y, la asamblea, también se une al orante, para expresar sus deseos al Señor Yahveh, pidiéndole que el rey sea, además de recto, piadoso y bueno, amante de los sencillos y humildes; que viva con interés la preocupación de los más pobres y desvalidos de la sociedad y que, siempre esté cercano a los más menesterosos, los más amados de Dios; ya que, sólo, si obra así, será semejante a Él. Y, también, porque, de esta manera, conseguirá el cariño y el respeto de todo el pueblo, que ha de ver en el rey al enviado de Dios, al que llega para realizar su misma misión salvadora:

Porque él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.


                    En Jesús, el hijo de La Virgen María, se cumple de manera excelente este oráculo real, ya que, su misión salvadora, tiene como objetivo principal a los pobres y desheredados de la sociedad: los sin techo, los emigrantes y los extranjeros... Estos son la parte más escogida y amada de su Reinado, que es universal y abarca a todos los pueblos de diferentes razas, culturas y creencias.
                                                                                              
                    Y, Jesucristo, es el Mesías esperado y anunciado por los profetas a todas las naciones, porque,  todas en Él,  son partícipes de La Promesa del Dios de la Alianza:

                     “Unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:  “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? PORQUE HEMOS VISTO SALIR SU ESTRELLA y VENIMOS A ADORARLO”

                      “Vieron al Niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, LO ADORARON; después, abriendo sus cofres, LE OFRECIERON REGALOS: Oro incienso y mirra”

                     Y, por eso, hoy, celebramos solemnemente su MANIFESTACIÓN GLORIOSA como SEÑOR DE LA HISTORIA y REY DEL UNIVERSO. Jesucristo, el que, con su Luz lo ilumina todo, revelándonos, también, el amor misericordioso del Padre, nuestro Dios y Señor.         

sábado, 2 de enero de 2016

Domingo II de Navidad


DOMINGO II DESPUÉS  DE NAVIDAD


LA PALABRA SE HIZO CARNE
Y ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Israel, al ver resplandecer la luz del Señor y reconocer su gloria en “Sión” la ciudad de todos amada,  gozoso al contemplar  que “su belleza es su Dios” y que todos los pueblos caminarán a su encuentro, le invita a cantar con entusiasmo:

Glorifica al Señor, Jerusalén,
alaba a tu Dios, Sión.

                    Así comienza el salmo 147,  poema hímnico de alabanza y acción de gracias a Dios. Es de los tiempos que siguieron al exílio y canta la alegría de la reconstrucción de Sión, la ciudad del Señor. Más, Dios, la restaura por su amor y fidelidad a La Alianza establecida con el pueblo y lo hace con la fuerza de SU PALABRA que, con su gran eficacia realizará su obra al vivificarla y fortalecer su fe, para que pueda descubrir el sentido verdadero de la vida; por lo que, también, este salmo es un himno a LA PALABRA DE DIOS.

                    Narra el salmista algunos detalles de la restauración de la ciudad santa, a la que, Dios, le ha dado seguridad,  prosperidad; y la ha enriquecido con bendiciones de fecundidad:

Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.

                    Y, para que estos deseos de bendición sean duraderos, le recuerda el salmista que, también Dios:

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina

                    El israelita del salmo, después de citar los bienes con los que Dios, con su divina providencia ha enriquecido a Jerusalén, introduce el tema de LA PALABRA que, con su fuerza y verdad, es liberadora y transformadora:

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz.

                    Es una revelación de Dios, Creador del universo, el que, con su sabiduría  y la fuerza del Espíritu, da vida a toda la naturaleza  y llena el espacio de bella armonía: “POR MEDIO DE LA PALABRA SE HIZO TODO, Y SIN ELLA NO SE HIZO NADA DE LO QUE SE HA HECHO” Revelación, también, de LA PALABRA, que, de modo especial acontece en Israel, unido más estrechamente a Dios con lazos de amor y fidelidad a sus promesas; y que, por lo tanto, es el único que, de verdad, puede aceptar y cumplir la ley, y todos sus mandamientos:

Anuncia su palabra a Jacob;
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.


                    EL MISTERIO DE NAVIDAD, que, con gozo celebramos estos días, nos revela que, LA PALABRA DE DIOS, JESUCRISTO, viene con La Gracia y La Verdad, es decir, con su SALVACIÓN para todos los hombres y pueblos que quieran recibirla: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos visto su gloria...” Es LA PALABRA que es vida, luz y esperanza para quien la escucha. Es PALABRA, que quiere ser anunciada, proclamada y creída. PALABRA constructora del Reino, que desea ser acogida con amor en lo más hondo del corazón de la persona, desde donde nos hace hijos de Dios y nos va envolviendo en su gloria... ya que, también, es PALABRA DE VIDA ETERNA.

viernes, 1 de enero de 2016

Sta. María Madre de Dios

                            

STA. MARÍA MADRE DE DIOS.

Octava de NAVIDAD

ALABEMOS Y DEMOS GRACIAS AL SEÑOR


Por M. Adelina Climent Cortes  O.P.


“Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te den gracias”

                    Estos versos del salmo 66, en forma de estribillo, son un deseo hecho oración y canto, dirigido a DIOS COMO SEÑOR DE LA HISTORIA y de TODOS LOS PUEBLOS. El salmo, con características hímnicas y de acción de gracias, es de la época del exílio y tiene  elementos de tiempos anteriores. En el  poema, se da gracias al Señor, por los frutos de las cosechas recogidas, consideradas en Israel como la bendición mayor de Yahveh, por ser el único que puede hacer fecunda la tierra y todas las obras de nuestras manos. Y, en esta acción de gracias, estaba implícito el deseo de que les siguiera bendiciendo su Dios, Yahveh, para que, viéndolo los demás pueblos, también pudieran reconocerle y acoger su salvación.

                    La bendición de Yahveh, que lleva el poema, recuerda la de Números (6, 22-27), que  leemos, como  primera lectura, en La Eucaristía de LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, que hoy celebramos. Dice así:

El Señor tenga piedad y nos bendiga
ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación

                    Junto con la acción de gracias, el orante pide a Dios, que les siga favoreciendo en  lo que es indispensable para el sustento diario y cubrir las necesidades más básicas,  y, para poder seguir invocándole en todo momento. También pide a Yahveh, que les ilumine  con su rostro, ya que, todo israelita ve en este gesto, la concesión y benevolencia de Dios a favor de su pueblo, pues, el rostro queda iluminado cuando, por hacer el bien a los demás, la misma persona se llena de contento; alegría que hace nacer el reflejo de luz que brota del espíritu. Y, como es tanto el gozo que el orante siente al ser bendecido por Yahveh, también quiere que toda la tierra lo perciba y lo haga suyo, pues, los caminos de la salvación de Dios son universales y todos los pueblos los han de conocer y acoger:
                                
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia
riges los pueblos con rectitud,
y gobiernas las naciones de la tierra.

                    También nos  dice el salmo, que la bendición de Yahveh es siempre de tal magnitud, que tiene fuerza para provocar la alegría, la alabanza y la gratitud de todas las naciones de la tierra, porque lleva consigo, la justicia y la rectitud, que engendran la paz y la felicidad de los pueblos. Por eso insiste el salmista:

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

                    Aparece, de nuevo, el sentido ecuménico del salmo. La bondad de Yahveh, su salvación, lo llena todo, y el orbe entero tiene que reconocerlo. Y, porque Dios es tan grande y generoso, también los hombres han de temer su santo nombre, que equivale a amarle con todas las fuerzas del ser, y junto con toda la creación.

                    En esta solemnidad de SANTA MARÍA MADRE DE DIOS, hemos de alabarle y darle gracias por La Madre tan excelsa que ha escogido para su Hijo Jesús y para todos nosotros, que, por su nacimiento, hemos quedado constituidos hermanos suyos. Siendo esto la bendición más grande que Dios nos ha otorgado. JESÚS, EL VERBO DE DIOS ENCARNADO,  es el fruto mejor de la tierra, que al comerlo como Eucaristía, nos llena de salud, de paz  y de contento. Es el fruto que nos sacia y nos hace crecer en comunión hasta hacernos hijos auténticos de Dios. Por eso, llenos de infinita gratitud, alabémosle siempre con alegría y gozo:

“Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben”