sábado, 28 de marzo de 2015

Domingo de Ramos

DOMINGO DE RAMOS

DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

                                      Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P


                    Cristo Jesús, da cumplimiento a los cánticos  del “Siervo de Yahveh”, personaje que asume el sufrimiento de toda la creación desde una profunda confianza en Dios, del que se siente ayudado y confortado, con el fin de poder  consolar a otros, de “saber decir al abatido una palabra de aliento”.

                    DESDE LA CRUZ, JESÚS, CON LOS BRAZOS ABIERTOS, acogiendo con amor el dolor y el sufrimiento de todos los hombres, clama confiadamente al Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Oración profunda y redentora, que hace brotar salvación y vida para toda la humanidad. Oración que, Jesús, toma y hace suya,  del salmo 21.

                    Estamos, ante un salmo en forma de lamentación individual, de la época del posexílio. Es un poema  de enorme valor expresivo y realista,  que sabe describir  el dolor atroz y violento de un justo gravemente enfermo y abandonado, al que, continuamente hacen objeto de vejaciones y  despojamientos,  hasta llegar a poner en cuestión su propia fe:

Al verme se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
“Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere”.

                    Para expresar la intensidad de su dolor, el orante lo describe con imágenes aterradoras e inhumanas, parecidas a las que vivirá también Jesús en su pasión y muerte:

Me  acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores,
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.
Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica..

                    Pero, si grande es el  sufrimiento del israelita, infinitamente mayor es la confianza que tiene puesta en Yahveh;  confianza que le lleva a decirse con  seguridad: si  recibo constantemente su ayuda y protección en la enfermedad ¿cómo no esperar, de su gran compasión,  me cure completamente de las dolencias que sufro?

Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía,  ven corriendo a ayudarme.

                    Una vez conseguido el favor de Dios, el espíritu del orante se derrama en sentimientos de acción de gracias y en deseos de que, sus hermanos, loa fieles  creyentes, y todo Israel, puedan participar de su alegría y expresarla religiosamente en alabanzas a Yahveh:

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo,
linaje de Jacob, glorificadlo,
temedlo, linaje de Israel.
                      
                
                    Cristo Jesús, que hizo suyo el sufrimiento del “Siervo de Yahveh” y asumió el del justo, enfermo y abandonado, del salmo, sigue sufriendo en nuestra historia, con el fin de desvelar el misterio del mal, que encierra a Dios, al hombre y al mundo. Misterio, que, en tantas ocasiones hace  exclamar: ¿por qué esto, Señor, por qué tanto sufrimiento inocente?

                    Pero Dios, en su Hijo, Cristo Jesús, asume todo el sufrimiento de la humanidad y lo va transformando en amor, bendición y perdón; realidades todas ellas más fuertes que el mal y el pecado


                    Y, los cristianos, los que seguimos a Cristo Jesús, y que, estos días le acompañamos, con gratitud, en su canino hasta la Cruz, debemos asumir, como Él asumió, todo el dolor que comporta nuestro destino y  enfermedad, y vivirlo desde la fe y la esperanza. Además, también debemos lograr, eliminar el dolor que provoca el mismo hombre con su egoísmo y desamor, que son causa de guerras, pobreza extrema, injusticias, y abandono... Realidades, todas ellas, que solo  conseguiremos afrontar, si nos unimos a Cristo Jesús, y como Él, tenemos los brazos abierto para acoger, amar y consolar... Así, la Luz resucitadora de Cristo Jesús, con su fuerza y energía, lo irá transformando todo en Vida  y  gloria  plena.                        

Domingo de Ramos- B



DIOS REINA SOBRE LAS NACIONES

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Fiesta entrañable y hermosa la del DOMINGO DE RAMOS en la que recordamos a Jesús y celebramos su entrada triunfal en Jerusalén, rodeado de una muchedumbre de gente que le  aclama con ramos de olivo y palmas, con vítores y gritos de júbilo: “HOSANA AL HIJO DE DAVID, BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR, EL REY DE ISRAEL, ¡HOSANA EN EL CIELO!” Y, unidos al grupo que le sigue, también nosotros festejamos a Jesús, que, victorioso y triunfante, se dirige  hacia la meta de su misión redentora donde nos dará  su  misma Vida; a la vez que, le contemplamos, cabalgando  humildemente sobre una borrica, como, queriendo indicar, que la salvación del mundo será consecuencia de su entrega de amor hasta la muerte en cruz, y  de su triunfante resurrección.

                    Y, unimos nuestra alegría y gozo en torno a Jesús, cantando con alegría y entusiasmo el salmo 46, un hermoso himno que aclama a Yahveh como Rey y Señor de todo el universo:

Pueblos todos batid palmas
aclamad a Dios con gritos de júbilo:
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.

                    La realeza de Yahveh se ha manifestado de manera visible y maravillosa, en la conquista de la tierra prometida a Israel, el  pueblo que se había escogido como heredad,  y en el sometimiento de los reyes y pueblos vecinos, sobre los cuales, Israel, ha quedado encumbrado. Victorias, éstas, logradas por Yahveh, en la persona del propio rey, su representante en la tierra; lo que deja entrever la universalidad de su reinado:

Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
Él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado.

                    El salmista, pasa a cantar de manera vibrante, solemne y estrepitosa, la entronización  de Yahveh como Rey y Señor de todas las naciones, y,  anima más y más  al grupo de cantores, a que sigan esmerándose en el arte de tocar, para que, la celebración litúrgica, conserve  todo su esplendor. El episodio, recuerda la subida y entronización del arca de la Alianza en el santuario después de una procesión; también sugiere las subidas de Israel a su propia  tierra, en los diferentes éxodos de su historia, en los que, siempre cabalgaba Yahveh delante del pueblo, infundiendo esperanza y animando la expedición:

Dios asciende entre aclamaciones,
el Señor a son de trompeta:
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey,  tocad;
porque Dios es el Rey del mundo:
tocad con maestría.

                                   
                    Ya en su trono, Yahveh, rodeado de gloria y esplendor, recibe el vasallaje de los pueblos y los reyes vecinos, que unidos a Israel, pregonan solemnemente la grandeza, soberanía y universalidad de su reinado:

Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado:
los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo de Dios de Abrahán,
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y Él es excelso.

                    Más, después de haber aclamado a nuestro Rey y Señor, seguimos acompañando a Jesús, nuestro Mesías Salvador, a través de la escucha y contemplación de su pasión y muerte, como una anticipación de la celebración del Viernes Santo. Jesús, con el derramamiento de su sangre inocente expía el mal del mundo y los estragos de la muerte. Misterio profundo y sorprendente el de Cristo Jesús, que debemos adorar en profundo silencio, y, a la vez, cargando con la parte de su cruz, que nos ha tocado a cada uno, pedir por aquellos que aún no le reconocen, como Hijo de Dios  y Salvador del género humano.

                    También, con alegría y amor, celebramos a Jesús en su triunfante Resurrección, ya que, en la eucaristía se nos da como Pan de Vida Eterna y prenda de Salvación, reviviendo, de esta manera, su Pascua gloriosa y salvadora.


                    Y, como también lo anticipa el salmo, Cristo Jesús, asciende entre vítores y aclamaciones a la derecha del Padre, al santuario del Cielo, donde tiene preparado su trono  y donde, nos espera a todos con los brazos abiertos, para que participemos de su misma gloria.

lunes, 23 de marzo de 2015

Solemnidad de la Anunciación de la Virgen María


ANUNCIACIÓN 

AQUÍ ESTOY, SEÑOR, PARA HACER TU VOLUNTAD

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR es una fiesta entrañablemente hermosa, repleta de alegría y optimismo, en la que celebramos la ENCARNACIÓN DEL VERBO, EL HIJO UNIGÉNITO DE DIOS, EN EL SENO DE LA VIRGEN MARÍA; lo que nos mueve a cantar y meditar  el salmo 39, para alabar, bendecir  y estar agradecidos a nuestro Padre Dios, por su gran don y regalo, por su “Sí” gratuito dado a María y, con Ella, a todos nosotros; y por el “Si” consentido y fecundo de María a su voluntad, que hace posible se nos abran las puertas de la Salvación.

                    El salmo 39, cuyo origen es de los tiempos del exílio, en su primera parte, es un himno de acción de gracias, y, expone, que el mejor sacrificio de alabanza que se puede ofrecer a Yahveh, el Dios de Israel y de la Alianza, por ser el que más le agrada, acepta y  satisface, es la entrega personal y total de la propia voluntad del orante, desde la fe, el amor y la confianza, a su proyecto de amor y salvación; ya que, esto, es lo único que le puede santificar y no el ofrecimiento de los bienes materiales, ni  los sacrificios de culto. Y, esta ofrenda auténtica del salmista  a su Dios y Señor, es, lo que ha hecho posible su total liberación y salvación: 

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio.
Entonces yo digo: “Aquí estoy”.
             
                    El salmista expresa agradecido que, si Yahveh su Dios, ha actuado con tanta generosidad a su favor, él,  por su parte, también  ha de corresponderle con el mejor de los sacrificios; es decir, con el fiel cumplimiento de la Ley, la que consta en su libro y  lleva guardada en el interior del corazón: 

Como está escrito en mi libro:
“Para hacer tu voluntad”.
Dios mío, lo quiero
y llevo tu ley en las entrañas.

                    El salmista, además, quiere expresar públicamente su gratitud a Yahveh, por manifestarse siempre fiel a su Alianza, con su salvación, su misericordia y su lealtad. Y, lo hace con el testimonio de su propia vida, obrando justa y honradamente y, también, con el de su alabanza, para que, de esta manera, su nombre pueda ser reconocido y proclamado por toda la asamblea:

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.

Me he guardado en el pecho tu defensa,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia y tu lealtad,
ante la gran asamblea.

                    Y, la carta a los Hebreos, toma de este salmo las palabras que pone en boca de Jesús al nacer: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, entonces yo dije: Aquí estoy para hacer tu voluntad” Palabras que comienzan a hacerse realidad en el mismo momento de la anunciación de su encarnación a María Santísima y que, guardan armonía, con las que pronuncia la Virgen cuando, después de  recibir el mensaje del ángel Gabriel: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”,  contesta: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”

                    Palabras que, Cristo Jesús cumple plenamente, en el momento culmen de su entrega total y definitiva en el sacrificio de la cruz: “Todo está cumplido” y, seguidamente,  muriendo y resucitando en obediencia amorosa al Padre, con el fin de realizar  la salvación del  género humano.


                    Que, como la Virgen María y Cristo Jesús, su hijo y nuestro hermano mayor, sepamos, nosotros, recibir y acoger el “Sí” salvador de Dios, respondiendo también, con nuestro “sí” total, a lo largo de nuestra vida.

sábado, 21 de marzo de 2015

Domingo V de Cuaresma- B


"Si el grano de trigo no cae entierra y muere queda infecundo, pero si muere da mucho fruto"

DOMINGO V DE CUARESMA

OH DIOS, CREA EN MÍ UN CORAZON PURO

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
            

                    Yahveh, que siempre es fiel y leal y que nunca se cansa de ser el Dios del pueblo elegido: “Yo seré su Dios y ellos  serán  mi pueblo”, por la infidelidad reiterada de Israel, también llega a decir  con sinceridad: “Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza”.

                     Esta situación de pecado por parte de Israel, queda  expresada en el salmo 50, que hace  propios los sentimientos del salmista,  que lo ora y canta  con fervor y verdadero compungimiento pidiendo el perdón de Dios, después de haber reconocido sus gravísimos pecados, y, quizá, por delitos de sangre. Estamos ante el salmo penitencial por excelencia; tiene  forma de lamentación privada y es de los  tiempos del posexílio. Oración de honda fe y de  profundo sentido espiritual y religioso.                                                                                                                      
          
Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi pecado,
lava del todo mi delito;
limpia mi pecado.

               Y, teniendo en cuenta la voz ya alzada, del profeta, anunciando una Alianza Nueva, inscrita, no sobre tablas de piedra como la que hizo Yahveh al pie del monte Sinaí, sino en  el corazón, en el interior de las personas, el salmista prosigue:
  
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

                    Son deseos de  paz interior, fruto de un espíritu renovado, los que ansía y espera alcanzar el israelita penitente, de la infinita bondad y misericordia de Yahveh, con el fin de darlos a conocer y que otros puedan convertirse, desde un reconocimiento interior humilde, confiado y sincero, el único que es agradable a Dios y, el que siempre acoge con amor: 

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Los sacrificios no te satisfacen,
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.

                  
                    Este salmo, tan conocido y rezado,  nos puede enseñar a valorar debidamente el sacramento de la penitencia, que tiene la virtud de reconciliarnos  con Dios, en Cristo Jesús y, de abrirnos a una comunión de amor con Él,  si nos acercamos a recibirlo con plena confianza  y sinceridad de corazón. Siempre que  hay humilde reconocimiento de la culpa, el Señor nos libera de todas las angustias y nos renueva interiormente, haciendo de nosotros  “criaturas nuevas”, aptas para el Reino, al aplicarnos la  fuerza de la salvación que emana de la Alianza Nueva, sellada con su sangre derramada por nosotros, en la Cruz, para el perdón de los pecados.. Alianza, que nos ayudará a vivir como él vivió, en muerte y resurrección, en camino de salvación eterna. Y, Alianza eterna, que renovamos continuamente en la Eucaristía, pascua perenne, en la que se nos entrega Cristo Jesús como sacramento de amor y de reconciliación.

martes, 17 de marzo de 2015

Solemnidad de San José - B

SOLEMNIDAD  DE  SAN  JOSÉ,  ESPOSO  DE  LA  VIRGEN

TE  FUNDARÉ  UN  LINAJE  PERPETUO

Por  Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Siempre, la misericordia de Dios y su fidelidad se derraman en promesas, que abren esperanzas de salvación a la humanidad. Realidad cantada y orada en el salmo 88:

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: “Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad”.
                    En esta fidelidad constante de Dios, fruto de su alianza con Israel, siempre  renovada, se irá cumpliendo su promesa salvadora, hasta que alcance total plenitud en su Hijo, Cristo Jesús, por  su entrega y amor al Padre y a los hombres.

                    Y, la alianza sellada con David, es una Alianza eterna a favor de todos los hombres, y, va dirigida a JOSÉ, su descendiente, que la hará realidad y vida, desposándose con la VIRGEN MARÍA:

Sellé una alianza con mi ungido,
jurando a David mi siervo:
“Te fundaré un linaje perpetuo
edificaré tu trono para todas las edades”

                    Así, el hijo anunciado, el descendiente de David, cuyo trono durará siempre, es la personificación del futuro Mesías, el Hijo de Dios, el Salvador, promesa acabada del Padre, don de su infinito amor, que será conocido, como hijo de María y de José, con el nombre: Jesús de Nazaret, y que, al mismo tiempo, es fruto del Espíritu Santo.

Él me invocará: “Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”.

Le mantendré eternamente mi favor
y mi alianza con él será estable.

                    Sólo, Cristo Jesús, es perpetuo y hace que todo lo demás sea duradero y eterno. Su reino será el del cielo, el de la eternidad; el reino, también, de todos sus seguidores y, el reino que ha de ser por todos conocido, porque es el Reino de nuestro Padre Dios.

                    Este misterio de amor y comunión con Dios, ha sido posible, además, por la respuesta de fe y de humilde obediencia, de José, a los designios de Dios, vividos con responsabilidad y entereza de ánimo, desde su silenció y el sufrimiento que siempre acompaña a las obras grandes, y, también, desde una confianza plena en las bondades de Dios. Por eso, nosotros, con toda la humanidad, acompañando a JOSÉ, EL ESPOSO DE MARÍA, al que agradecemos su ejemplaridad, demos alabanza al Padre, cantando los mismos versos del salmista:

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
Anunciaré tu fidelidad por todas las edades.



sábado, 14 de marzo de 2015

Domingo IV de Cuaresma -B


DOMINGO   IV  DE  CUARESMA

QUE  SE  ME  PEGUE  LA  LENGUA  AL  PALADAR SI  NO  ME  ACUERDO  DE  TI

                                          Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Recordar a Jerusalén, no olvidarse de ella, es el deseo de todo israelita que quiere la salvación que viene de Yahveh, su Dios, al  que siempre ansía serle fiel correspondiendo a su amor.

                    Así lo relata el salmo 136, canto hermoso a Sión,  que entonaban los israelitas  a la vuelta del destierro, ocasionado por la ruptura con Yahveh, al haber sido infieles a su alianza, alejándose, así, de su  amor  y  vendiéndose a otros dioses más fáciles y cómodos

                    Pero el amor de Dios, siempre es más fuerte que el pecado; capaz de olvidar toda  ingratitud y desamor y restablecer nuevas relaciones. Es lo que hizo, Yahveh, valiéndose de Ciro rey de Persia, al permitir, éste, que  los israelitas volvieran a su patria, Jerusalén, para  reconstruir la nación.
         
                    Desde Jerusalén, ya en la paz y serenidad, los  ancianos israelitas, recuerdan con tristeza los episodios vividos en el exílio y los cantan, para que nunca caigan en el olvido, a modo de lamentación comunitaria, muy bellamente expresada:

Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.

Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar,
                                             nuestros opresores, a divertirlos:
“Cantadnos un cantar de Sión”.

                    Pero era del todo imposible alabar a Sión en tierra extranjera y pagana; en humillación y duelo; es decir, sin música, pues ya se habían desprendido de las cítaras. Y, sobre todo, porque los cantos de Sión, cantos de fe, de fidelidad y adhesión a Yahveh, solo se pueden cantar como  alabanzas litúrgicas en Jerusalén y en su templo, el lugar más querido para todo israelita y signo clarísimo de la presencia de Dios en Israel:

¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
Que se me paralice la mano derecha.

Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.

                    Bonita manera de expresar Israel  su  fe a Yahveh y su añoranza y amor a Sión, la ciudad de todos amada;  y de manifestar, también, sus deseos de vivir en ella siempre, y hacerla cada vez más esplendorosa.


                    Y, también este relato, este canto a Sión, ha de ser  ejemplo de fidelidad y amor para todos los creyentes, y de él debemos aprender con humildad y agradecimiento. Sión está  representada en la Iglesia, la nueva Jerusalén, la que debemos amar entrañablemente por ser la Madre de todos los hijos de Dios; en la que debemos trabajar hasta acabar de reconstruirla y renovarla; hasta lograr que cada vez más, pueda manifestársenos más perfecta y gloriosa, como  Ciudad Eterna, la Nueva Jerusalén del Cielo, la definitiva y última morada de todos los vivientes. Realidad sublime,   que solo  lograremos desde una sincera y personal conversión,  que  renovará nuestro espíritu, y  nos ayudará a vivir según Cristo Jesús, en muerte y resurrección, en respuesta de amor a la nueva y eterna alianza.

sábado, 7 de marzo de 2015

Domingo III de Cuaresma -B


DOMINGO  III  DE  CUARESMA

SEÑOR, TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA

Por Mª Adelina Climent  O.P.


                    Ante el Dios de la Alianza, siempre fiel y leal, meditamos el salmo 18, que nos define la ley y nos dice cómo hay que cumplirla  en respuesta a Yahveh, el que, llevado de su amor, ha liberado a su pueblo de la esclavitud en que vivía. Es el Dios bueno, el que siempre cumple y ama; el que, en toda ocasión, nos habla,  nos escucha y nos conoce.

                    El salmo 18, es un poema que nos habla hermosamente de la gloria de Dios y,  muy apropiado, para conectar el espíritu con la divinidad anhelada. Es de los tiempos posteriores al exílio y contiene sentencias sapienzales. Sus primeros versos son un canto al Dios creador, al Dios, que, con su palabra ha hecho todo el universo. Y, los versos que hoy comentamos, junto con las otras lecturas bíblicas, son un reconocimiento al Dios legislador, al Dios, que, con su palabra incrusta en los corazones humanos la ley divina, la única que da sentido y vida a las personas y a las cosas, la que es capaz de crear verdadera felicidad.

                    El israelita, celebra y canta las excelencias de la ley divina, porque la considera como el don más supremo de Yahveh a Israel, su pueblo, ya que, a ninguna otra nación se ha dignado conceder:

La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos

La voluntad del Señor es pura
y enteramente estable;
los mandamientos  del Señor son verdaderos
y enteramente justos.

Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panel que destila.

                    Es tanta la grandeza, la fuerza y el contenido de la PALABRA DE DIOS, expresión de su ser y obrar, que, el israelita la designa con diferentes términos, al mismo tiempo que describe y canta sus valiosos beneficios.

                    Y, Yahveh, explicita su ley, los mandatos de su corazón, en el Decálogo, con el que renueva su alianza y su compromiso de amor a Israel.  Sus preceptos, más que exigencias son ayudas, palabras de sabiduría, que nos estimulan a ser fieles a su voluntad, a vivir de la manera que más le agrada, y a corresponderle con el cariño que Él se merece. Al mismo tiempo, nos hacen caer en la cuenta de los derechos de los demás, es decir, nos enseñan a practicar la justicia con nuestros semejantes, cosa que, a Dios tanto le agrada. Normas, todas ellas, que engendran felicidad y gozo.   
 
                    Acoger esta Palabra de Dios, nos hace penetrar en la persona de Jesucristo, Palabra encarnada del Padre, que se hizo norma de vida para todos, y, en especial, para sus seguidores, en la nueva y definitiva Alianza, abierta y sellada con su sangre derramada en la Cruz  por nuestro amor y en obediencia al Padre, y, con su Resurrección gloriosa. Ya, antes, nos había dicho: “No he venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento y plenitud”, enseñándonos con ello que, la plenitud de la ley, consiste en el amor  a Dios y al prójimo. Objetivos, los dos, de su entrega salvadora.

                    En Jesús, y en cumplimiento de su alianza, se nos exige, también a nosotros, ser norma de vida y ejemplaridad para los demás, cumpliendo los mandatos divinos que son espíritu y vida, ya que, solo así, podremos mostrar que Dios es el Padre de toda la humanidad y que, todos nosotros, somos hijos suyos en Jesús, llamados a vivir como tales, es decir, haciendo su voluntad con amor y cumpliendo su justicia, que requiere la igualdad de todos para que desaparezca la pobreza y pueda ser realidad el mundo de seguridad y de paz que tanto anhelamos.


                    Se nos exige, pues, un seguimiento de Jesús auténtico y confiado, ya que, solo Él, TIENE PALABRAS DE VIDA ETERNA.