sábado, 28 de febrero de 2015

Domingo II de Cuaresma -B

DOMINGO  II  DE CUARESMA  
(Icono-  los  21 mártires coptos ejecutados por EI en  la playa de Libia)

CAMINARE EN PRESENCIA DEL SEÑOR
Por Mª Adelina Climent Cortés O. P.


                    Caminar en la presencia de Dios, es lo que pretende el que, agradecido, recuerda los beneficios recibidos de su bondad, las maravillas que se ha dignado obrar en él. Por eso, su gran deseo, ahora, es corresponderle debidamente, es decir: viviendo y caminando con Él, escuchándole de cerca, con el corazón repleto de amor y confianza.

                    El salmo 115  nos presenta esta situación. Es un salmo de “acción de gracias”, y es del  tiempo del posexílio. Pero nos habla, más bien,  de un agradecimiento sacrificial y  de alabanza, el que  brota del interior de uno mismo, es decir,  desde una oración profunda y sincera a Yahveh, el Dios que protege y salva siempre.

                    El salmista recuerda con viveza, que en una ocasión difícil y sufriente acudió al Señor buscando su ayuda y consuelo y fue salvado del  peligro que corría, debido a que lo hizo,  desde una situación de fe probada en el dolor, y desde una gran confianza en  el que, siempre es  incapaz  de querer el mal  y la muerte de sus hijos:

Tenía  fe, aun cuando dije:
“Qué desgraciado sor”,
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles

                     Pero el salmista sigue expresando,  con nuevos detalles, los sentimientos de felicidad que le unen a Yahveh por su liberación, con deseos de tributarle una jubilosa y sentida alabanza, bien merecida, y con el fin de que todos puedan conocerle mejor:

Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
-Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.

                    Más, este culto de acción de gracias y alabanza jubilosa a Yahveh, expresión sincera y real de lo que el rito litúrgico significa, el orante salmista  quiere que sea público y en el templo, lugar  querido y privilegiado para todo israelita, por ser la residencia de Dios, y por tanto, donde con más facilidad se le encuentra y donde mejor acoge los deseos de todo el que, con fe, le invoca:

Cumpliré al Señor mis votos,
en presencia de todo el pueblo;
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.


                    También, todo nuestro quehacer cristiano, ha de ser caminar siempre en  presencia de Dios, viviendo en agradecimiento y alabanza, junto al que nunca quiere nuestra muerte y sí nuestra salvación, y que, para hacerla posible, tuvo que aceptar la entrega sacrificial   de su Hijo Jesús en la Cruz, fuente de luz y de amor para todos. Y nuestro caminar con Jesús y en Él, ha de ser en recuerdo y agradecimiento  al Padre, que no perdonó a su propio Hijo, sino que, con Él y en Él, nos inundó de felicidad y  de alegría  pascual. Caminos misteriosos, pero también luminosos, porque, aún en las dificultades que lleva consigo la vida, nos hacen vislumbrar y recordar las maravillas que Dios continuamente hace con nosotros, y  que, en ocasiones, también  nos hacen exclamar: Maestro ¡qué bien se está aquí!


                     Son los caminos  que hacen posible el seguimiento de Cristo Jesús y de su Evangelio, desde una fe madura y probada que nos ayuda a profundizar  en el Misterio de Amor, en total escucha y sincera obediencia al Padre; con  sentimientos profundos de acción de gracias, en jubilosa y sincera alabanza y en comunión plena de Vida con Dios que nos conducirán a gozar de Él durante toda la eternidad.

sábado, 21 de febrero de 2015

Domingo I de Cuaresma -B

DOMINGO  I  DE  CUARESMA

TUS SENDAS, SEÑOR, SON MISERICORDIA Y LEALTAD

Por Mª Adelina Climent Cortés  O. P.


                    Las lecturas bíblicas de la Eucaristía de este domingo, primero de cuaresma, nos invitan a acompañar a Cristo Jesús, en su subida a la Cruz y en su nueva vida de Resucitado. Un camino capaz de renovar nuestra fe; pero, también, un camino lleno de riesgos y dificultades que superar, por lo que pedimos a Dios con el salmo 24, que nos habla de los caminos del Señor, nos acompañe con su amor y nos muestre su misericordia y lealtad:

Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad,
para los que guardan tu alianza.

                    Son caminos, los del Señor, de salvación y bendición; signos de paz y de esperanza, para los que viven empeñados en recorrerlos y experimentarlos. Conocerlos y caminar por ellos es sentirse ya acogidos en las manos del Señor, y protegidos por su amor:

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas,
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y salvador.

                    Y, estar en los caminos de Dios, es vivir ya en fidelidad y lealtad a su alianza, intentando corresponder, cada vez mejor, a sus compromisos: “Yo hago un pacto con vosotros, una alianza  de vida para siempre”. Y, porque, sin la ayuda del Señor, no le podemos corresponder debidamente, pidámosla con sinceridad orando con el salmista:

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas.
Acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.

                    Esta alianza con Dios nos exige, también, avanzar humildemente por los caminos de una sincera conversión, los únicos que nos pueden llevar a una plena renovación en el Espíritu, que nos hará más semejantes a Él y más capaces de acoger y vivir su salvación:

El Señor es bueno, es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.

                    En Jesucristo, se renueva definitivamente la Alianza de Dios con carácter de plenitud. Su amor, fruto de su entrega en la Cruz y de su Resurrección, que es Vida Nueva y esperanza de fidelidad eterna, se convierte en senda de salvación y gloria para todos los hombres.
 
                    Y, este, es el camino que, nosotros, los cristianos, queremos seguir y seguimos, cuando lo hacemos nuestro viviendo  su mismo amor entregado. Sabemos, que es un camino de esfuerzo, pero, también, de bendición; porque, no hay mejor dicha que caminar en la voluntad del Señor y protegidos por su mirada, que nos va conduciendo por sendas de eternidad.

                    Más, nuestro compromiso de fidelidad a Jesús, Camino, y, a Jesús, camino del Padre y del Reino, ha de ser, hacer posible otras sendas que nos ayuden a mejorar la situación de nuestro mundo, avanzando hacia una humanidad más feliz, en la que se viva más fraternalmente y, en la que se vaya realizando la Nueva Creación.


                    Son los caminos de la justicia y la paz y los de la verdad y el amor, que son caminos, todos ellos, de bondad y salvación. Ya, que, sólo transitando por ellos, con la mirada y el corazón puestos en Dios, nos realizaremos como hijos suyos, con derecho, también, a ser los herederos de la Gloria Eterna.

martes, 17 de febrero de 2015

Miércoles de ceniza- B


MIÉRCOLES DE CENIZA 


MISERICORDIA, SEÑOR: HEMOS PECADO

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.

        
                    Dios nos pide un corazón auténtico y verdadero capaz de amar con la fuerza de la fe, como fruto de una sincera conversión, y de una adhesión firme al Evangelio. Es el Dios, que se nos manifiesta al mismo tiempo, compasivo y misericordioso; y, el Dios, que siempre está de nuestra parte. Aceptar esta doble realidad, es vivir ya en tiempos de gracia y salvación, en sintonía pascual.
 
                    Pero, de hecho,  todos delinquimos y, hasta, algunas veces, cometemos pecados graves que nos pesan y agobian en extremo... El orante del Salmo 50  experimenta este dolor en lo hondo de su ser y, humildemente se acoge a Yahveh, su Dios, como  único asidero, ya que,  reconoce su infinita misericordia y su gran bondad:

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por  tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

                 La oración  y el sincero arrepentimiento aseguran al fiel israelita, que, Yahveh, ha de sentirse feliz al otorgarle el perdón que pide con tanta fuerza: “Por tu misericordia, Señor...”

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra tí, contra ti solo pequé.

                   Y, el orante, en  su continua reflexión ante Dios, va transformando su pena en gratitud al sentirse ya salvado y amado, aunque, sigue clamando a Dios: “Por tu misericordia Señor”, con la seguridad de que, Él, llevará la  obra de sanación, hasta su perfección:

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

                      Es que, el  salmista,  se mueve desde una conversión salvífica y pascual,  acogiendo el perdón de Dios, y, también, deseando que el Señor transforme  su ser, creando en él, un corazón nuevo y un espíritu firme,  para poder contemplar  su rostro y serle grato en todo. Acciones maravillosas estas, que, el orante, quiere proclamar en voz alta, para que puedan ser conocidas por otros, y, por las que quiere bendecir a Dios:

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios
y mi boca proclamará tu alabanza.
                            

                   Esta misericordia de Dios, se nos ha manifestado más, si cabe, en su Hijo Cristo Jesús, que es para nosotros, para todos los hombres, la misericordia encarnada y entrañable del Padre;  el que, con su entrega  y sacrificio en la Cruz,  se ha convertido en AUTOR DE VIDA Y SALVACIÓN, al perdonar nuestros pecados y reconciliarnos con Dios; haciendo posible, con su Resurrección gloriosa, la nueva creación, los tiempos nuevos en que vivimos. Y, Cristo Jesús, es, también, el que pasó  toda su vida terrena, acogiendo a los pecadores, curando sus heridas, liberando sus espíritus, e integrándolos en la sociedad, ya que, se consideraba feliz sabiéndose enviado a sanar los corazones afligidos, curando, y salvando todo lo perdido.


                  Y, somos nosotros, ahora, los que siguiendo el ejemplo de Jesús, hemos de hacer realidad otros caminos propicios, que liberen a la humanidad del egoísmo y del desamor: trazando sendas de paz que puedan anular las venganzas y los odios; caminos de reconciliación entre las diversas culturas y civilizaciones; caminos de alegría, amor y fraternidad... Sendas, todas ellas, propias de los tiempos de Pascua, que son los  tiempos de Gracia y Salvación.

domingo, 15 de febrero de 2015

Domingo VI- B

DOMINGO  VI  DEL TIEMPO ORDINARIO

TÚ ERES MI REFUGIO; ME RODEAS DE CANTOS DE LIBERACIÓN

Sor Mª Adelina Climent Cortés  O. P.


                    El que puede decir a Dios “Tú eres mi refugio” y en sus brazos se siente seguro, amado y rodeado de “cantos de liberación”... El que se experimenta acogido de esta manera y salvado de sus angustias, necesariamente tiene deseos de entonar un canto de gratitud al  Dios, que ha sido tan misericordioso con él.

                    Así lo hace el cantor israelita que ora el salmo 31, atribuido a David. Es un himno de acción de gracias y de oración confiada a Yahveh,   que sana y libera al que le invoca con sinceridad. Pertenece a la época del exílio y contiene sentimientos y expresiones sapienciales.

                    Al cantar este poema, como salmo responsorial en la eucaristía dominical, hemos de sentirnos movidos a tomar conciencia  del amor misericordioso  de nuestro Padre Dios, manifestado en Cristo Jesús, salvador nuestro, y, despertar, en nosotros, un sincero agradecimiento hacia Él:

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el señor
no le apunta el delito.

                    El orante salmista, que se encontraba enfermo y muy preocupado a causa de sus pecados, ahora se siente dichoso y bienaventurado, por el perdón recibido de Dios. Un perdón, además, tan generoso, tan grande y tan lleno de misericordia, que es capaz de hacer desaparecer la culpa de manera absoluta, ya que, al no apuntar Dios, el pecado, queda completamente olvidado y, como si nunca se hubiese cometido.

                    De nuevo, sigue el israelita cantando su experiencia y señalando las razones que la han hecho tan  liberadora:

Había pecado, lo reconocí
no te encubrí mi delito,
propuse: “confesaré al Señor mi culpa”,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
          
                    Sabe el orante, que el reconocimiento de su pecado, junto con la valentía de confesarlo con humildad a Yahveh, ha sido definitivo para conseguir su perdón, no sólo por el hecho de confesarlo y encontrar la liberación psicológica de la culpa, sino, porque, al hacerlo, ha actuado su Gracia y Misericordia, inclinada siempre a liberar y salvar al que, en toda ocasión, le busca y confía en Él.

                    Más, después de contar su experiencia de perdón, el salmista pronuncia una exhortación invitando a la asamblea a alegrarse con el Señor, capaz de sanar el cuerpo y el espíritu de los que se sienten afligidos y quieren ser liberados.

Alegraos, justos, con el Señor,
aclamadlo, los de corazón sincero.

                    En los tiempos nuevos que ahora vivimos, la misericordia de Dios y su perdón, se manifiestan de manera plena y nueva en su hijo Cristo Jesús, al iniciar su misión salvadora que abre y pone en marcha el Reino. Así, vemos en el Evangelio, cómo Jesús consuela a los pobres y afligidos, a los marginados de su tiempo: los leprosos, también considerados pecadores, (los que, en nuestra cultura, podrían ser  los enfermos de sida y los que sufren la drogadicción, por ser los marginados y abandonados de nuestra sociedad...) Es más, Jesús, acogiendo a los pecadores para llenar sus espíritus de luz y de verdad evangélica, consigue salvar al hombre en su integridad, hasta transformarlo en una criatura nueva, en auténtico hijo de Dios.

                    Verdaderamente, todos los creyentes, todos los que intentamos buscar a Jesús y vivir en su seguimiento, podemos y debemos estar agradecidos a su Salvación, tan necesitados  siempre de ella, y, con el salmista, rezar y cantar con júbilo y felicidad:

Tú, Señor, eres mi refugio;

me rodeas de cantos de liberación.

domingo, 8 de febrero de 2015

Domingo V - B


DOMINGO V  DEL TIEMPO ORDINARIO - B
ALABAD AL SEÑOR QUE SANA LOS CORAZONES QUEBRANTADOS

Por Mª Adelina Climent Cortés  O P.

             
                    Si nuestro Dios nos sana  y restablece,  y, si con su poder crea  el universo,  es sin duda “Alguien”  muy digno de alabanza, al  que debemos siempre amor y agradecimiento. Es lo que hace el salmo 146 y, también, a lo que nos invita... Estamos ante un poema que pertenece a la serie de los “salmos  aleluyáticos”, de la época  posterior al exílio. Tiene características de himno  y los versos escogidos, para la celebración eucarística dominical, son un canto gozoso al Dios que libera y salva  a Israel de la  esclavitud del destierro y lo reúne en  la ciudad de Jerusalén después de restaurarla:

Alabad al Señor que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel.

                    Comienza el salmo con una invitación alegre y gozosa a la alabanza acompañada de música armoniosa; es decir, a una alabanza propia de un corazón unísono, en sintonía siempre con el espíritu, y repleto de sentimientos humanos y divinos, como son el amor, la bondad, la sinceridad, la ternura. Se trata, pues, de alabar a Dios desde una fe vivida y cantada:  auténtica oración, capaz  de expresar a Dios lo más íntimo y hondo del ser, lo que no se puede decir con palabras.

                    Pero, Yahveh, no solo libera y salva, sino que sana y está cerca de los que sufren, penetra en sus vidas y las conforta, despertando en ellos una profunda  fe y esperanza:

Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.

                    Y, si nuestro Dios tiene virtud para curar y restablecer, es porque, su poder, es grande y excelso, capaz de saber y conocerlo todo;  es el Creador del Universo:

Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
                                                                                             
                    De nuevo, el salmista, se fija en cómo Dios actúa con los hombres, a los que dirige  su atención y amor, y, a los que, también, corrige cuando es mala su conducta:

El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.

                    Los humildes son los que siempre son fieles a  Yahveh, y sin desanimarse nunca ante lo adverso, mantienen firme su esperanza en lo que ha de venir, en las promesas anunciadas por los profetas a Israel,  aunque vivan en completa servidumbre y olvido. Por eso  son amados por Yahveh con predilección.

                    Dios nos libera,  también ahora, en la persona de Jesús, nuestro Salvador, y con la fuerza de su palabra que es verdad y vida. Él,  siempre y en todo momento, se acercaba a los hombres de su tiempo, (y también lo hace ahora con nosotros), para conocer sus necesidades, aliviarlas y curarlas, como nos lo narra el evangelio. Y, porque, su liberación siempre es Salvación, curaba  los cuerpos  de los enfermos y sanaba los espíritus que yacían en tinieblas, a los que infundía  esperanza y deseos de trascendencia.  Y, estas son, precisamente,  las señales del Reino  que inaugura  Jesús; el Reino que ya ha comenzado y está entre nosotros. El Reino que, también, los cristianos, unidos a Jesús y en su seguimiento, tenemos que llevar a plenitud, eliminando de nuestro mundo el pecado, el odio, la guerra, la pobreza extrema...  con el fin de hacerlo más fraterno y armonioso, mas humano y habitable, ya que, solo así, todos los hombres podremos aceptar la invitación del salmo, de alabar a nuestro Dios armoniosamente al son de una música nueva y buena.

lunes, 2 de febrero de 2015

Presentación del Señor


LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

  EL SEÑOR ES EL REY DE LA GLORIA

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.


                    La presencia de Dios, con su poder y su gloria, ha de ser siempre cantada, alabada y bendecida. Es lo que hacía Israel, cuando, después de ganar las batallas a los pueblos vecinos, trasladaba el arca de la Alianza que contenía LA GLORIA DE DIOS, entre cantos de victoria y de triunfo, al templo de Jerusalén donde quedaba entronizada. A esta época pertenece el salmo 23, un himno invitatorio, que, jubilosamente, cantaban los israelitas en honor de Yahveh, Rey de la Gloria, después de una procesión y antes de llegar al santuario, para la celebración litúrgica de alabanza y reconocimiento a su santo nombre:

¡Portones, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria!

                    Es una manera simbólica de hablar, para indicar que, ante la grandeza de Dios y su esplendorosa gloria, las puertas del santuario quedan estrechas y han de ensancharse para que, toda la creación, el cosmos entero, se convierta en templo sagrado donde Dios pueda habitar, bendecir y consolar a sus fieles, dirigiendo, con su bondad y poder, la vida de cada uno de ellos y la historia de toda la humanidad..

                    El salmista, en un breve diálogo, se hace una pregunta a la  que responde enseguida:

¿Quién es ese Rey de la gloria?
-El Señor, héroe  valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

                    Y, después de otra aclamación a la gloria y majestad de Dios que llena todo el universo, el orante se hace otra pregunta idéntica a la anterior:


¿Quién es ese Rey de la gloria?
-El Señor, Dios de los Ejércitos:
él es el Rey de la gloria.

                    Es una manera de declarar, solemnemente, los motivos por los que se canta con júbilo y se ensalza con solemnidad al Dios del santuario, Señor y Rey de la Gloria: por ser considerado: “Héroe valeroso” y “Señor, Rey de los Ejércitos. Títulos propios y muy estimados por la cultura de entonces.

                    Más, hoy, celebramos la fiesta de LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN EL TEMPLO, al que, también acompañamos en procesión, con la luz de las candelas encendidas y con cantos de aclamación y agradecimiento, porque le consideramos Luz de las naciones y Salvación de todos los hombres.

                    Jesús es presentado, igual que todos los primogénitos de Israel, como un hombre cualquiera, en brazos de María, su madre, acompañada por su esposo José; con el fin de ser consagrado al Señor y, para cumplir, María, con el rito de purificación, igual que hacían todas las mujeres, todas las madres. Y, Jesús, al ser presentado al Padre,  es, a su vez, ofrecido a los hombres por medio de Simeón y Ana que lo acogen en brazos,  para salvación y gloria del  pueblo de Israel; salvación que ha de extenderse a todos los pueblos. Y, celebración, que, a su vez, es un anticipo del misterio pascual, en el que se anuncia el sufrimiento salvador de Cristo Jesús y se vislumbra la luz gloriosa de su Resurrección.

                    Fiesta entrañable, la de LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO, que nos señala el lugar donde reside como LUZ GLORIOSA QUE ILUMINA A LAS NACIONES, y que es bendición, amor, y salvación para todo el que, con fe, busca y ora.