viernes, 17 de octubre de 2014

Domingo XXIX- A




DOMINGO  XXIX   DEL  TIEMPO ORDINARIO

ACLAMAD LA GLORIA Y EL PODER DEL SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O. P.


                    Aclamamos al Dios providente y amoroso, que dirige los acontecimientos de la Historia de la Salvación con  mano fuerte y generosa, siempre a favor de todos los hombres y pueblos. Es lo que nos recuerda el profeta Isaías, cuando anuncia los eventos salvadores de Yahveh, el Dios de la Alianza con Israel, su pueblo escogido, pero cautivo en el destierro: será Ciro, un nuevo rey de Babilonia, el que permita a los israelitas volver a la  tierra de su  patria, para  poder  alabar de nuevo, la gloria y el poderío de su Dios.

                    Unidos a los sentimientos de alabanza y agradecimiento de Israel a Yahveh; su Dios, cantamos y oramos el salmo 95, el canto de los desterrados que, desde Babilonia, regresan  gozosos y  libres, a su añorada patria.. También los campos, los bosques y las praderas aclaman a su Creador y Señor, participando de la alegría que vive  Israel, en su avance hacia la tierra que desde siempre el Señor les tenía prometida. Y, caminan,  acompañados y guiados por su mismo Dios, Yahveh, que siempre les protegerá y ayudará, pues son el pueblo de su heredad. También, este cantar nuevo, expresa la alegría de comenzar Israel, como nación,  una etapa más plena y sublime, con la restauración de la ciudad y la reedificación del templo.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.

                    Es Yahveh, el Dios de Israel, el único que se justifica a sí mismo por su acción creadora y salvadora; y, al único que se le puede aclamar por su gloria y poder. Los demás dioses, en cambio, son ídolos, solo hechura de manos humanas:

Porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo.

                    El salmista, con gozo y entusiasmo, invita a  todos los pueblos de la tierra, a cantar y  reconocer el amor inmenso de Yahveh, el Dios siempre fiel y leal para con todos los pueblos y naciones del orbe; También, por ser el Rey y Señor de todo el  universo, ha de ser proclamado y alabado  en su mismo santuario, lugar donde reside su gloria y poder:

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

                    Este salmo real, que, también es un canto de entronización, invita a la alabanza y adoración universal, de Yahveh, en el templo, por ser, su santuario, el lugar donde  ejerce su santidad y justicia con fidelidad y rectitud, siendo, para todo el que le invoca, el Dios de la paz y del amor, al que siempre hay que cantar y aclamar por su gloria y poder

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: “El Señor es Rey,
él gobierna a los pueblos rectamente”.
    
                    El Dios que desde el santuario rige el universo; el Señor, del  que tenemos que cantar y aclamar su gloria y poder, nos enseña que, en nuestra vida, ha de existir siempre un justo equilibrio entre lo humano y lo divino, que ha de ayudarnos a vivir de manera responsable y respetuosa, libre y  coherente; valorando y teniendo en cuenta y en primer lugar, el sentido último y trascendente, el de su dimensión religiosa- teologal, sin descuidar su otra dimensión, la política o social..

                    Y, porque no es fácil vivir en este sano equilibrio,  el mismo Cristo Jesús, Palabra encarnada del Padre, nos señala la pauta a seguir, cuando, ante los adversarios que buscaban tentarle, dijo: “Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.


                     Y, solo, teniendo en cuenta nuestra vida humana y Divina; solo, obrando correctamente ante los hombres y agradando a Dios, iremos construyendo eficazmente su Reino, su  santuario universal, en el que eternamente será aclamado,  enaltecido y glorificado

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