DOMINGO XXII del T.O.
(Salmo responsorial)
MI ALMA ESTÁ SEDIENTA
DE TI, SEÑOR, DIOS MÍO
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
Entre Dios y el hombre hay
un continuo reclamo de amor. El hombre no cesa de buscar el rostro de
Dios, quiere adentrarse en Él y gozar de
su cariño y cercanía, tener con Él una relación íntima y personalizada, ya que, en esta búsqueda intensa y apasionada,
experimenta su más acabada y completa felicidad, pues, se encuentra a sí mismo, y descubre su centro
verdadero. También, por parte de Dios, sabemos que, su delicia, es estar con
los hijos de los hombres, sentirse
acogido por ellos, para, de esta manera, amarles más y con mayor
intensidad, hasta colmarles de gracia y de ternura. Y, esta búsqueda y encuentro entre Dios y el
hombre, esta relación de amor recíproco y siempre nuevo, es vivir ya, en un
estado de oración sublime que une y transforma.
Y, una bella forma de expresar esta oración, contemplativa y profunda,
es el salmo 62.
Este hermoso salmo, es un
poema de confianza y de súplica individual. Los primeros versos, expresan el
anhelo del salmista por su Dios, que le lleva a buscarle, hasta saciar el ansia
de conocimiento y de amor que siente por su amado -y que, apenas puede contener en el interior de su
corazón-, en la frescura de las
aguas puras y cristalinas, que manan del costado, de Aquel, que lo es todo en su vida, y, por
tanto, el único que, de verdad, puede saciar su espíritu sediento de afecto y
amistad:
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
El Salmista recuerda,
después de un tiempo de distanciamiento con respecto a Yahveh, los días felices
que había pasado en el santuario, cuando era
y se sentía “huésped de Dios”, al
que contemplaba en su grandeza y majestad, desde una fe profunda y, al que manifestaba su completa adhesión,
en alabanzas continuas, sabiendo que,
acoger su gracia y su vida, era lo mejor
para él; pues no hay otra felicidad en la vida, que se le pueda
comparar:
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tú gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Este nuevo encuentro con
Dios, llena al salmista de gozoso agradecimiento, de promesas de fidelidad, y de deseos de
hacer, de su vida, de todo su ser, un sacrificio de bendición y de alabanza a
Yahveh, en reconocimiento de su gloria y majestad
Toda mi vida te bendeciré,
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
Y, por fin, el yahvista,
entra en los profundos secretos de la mística, donde, todo es gozo y gratuidad,
visión interior y éxtasis, vivencias que, el salmista, expresa con imágenes
sugerentes, llenas de vida y colorido:
Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti
y tu diestra me sostiene.
A nosotros, los cristianos,
se nos concede contemplar al Señor, en su Hijo Jesucristo, por lo que, hemos
pasado de ser “huéspedes de Dios”, con
los lazos afectivos de la
Antigua Alianza , a ser “hijos de Dios”, según la Nueva
y Eterna Alianza por la que, Jesucristo, nos da la vida nueva, la suya propia,
la que nos asemeja a Dios, y nos va
integrando en la misma relación trinitaria de vida y de amor que tiene con el
Padre y el Espíritu Santo.
Pero, esta contemplación de
Dios sólo se adquiere mirando a Jesús, a
“quien traspasaron”, al que,
habiendo abierto su costado con la lanza, derramó sobre toda la humanidad, su
vida transformada en amor entregado hasta el extremo, con el que pudo
transformar toda la humanidad en el Reinado de Dios. Contemplación de Dios,
que, para los cristianos, siempre será a través de la Cruz Salvadora de
Cristo Jesús.